La tragedia griega nos enseña que el camino es siempre de ida. Para recorrerlo no hay mapas ni rutas prescritas y si alguna certeza podemos tener es que las apariencias no suelen coincidir con la realidad. Ni tan siquiera la propia Odisea es un viaje de vuelta, no solo por los novedosos acontecimientos que en ella se suceden, sino porque cuando Ulises logra llegar a Ítaca, tanto la ciudad como él ya son otros, tan diferentes a los anteriores que ni Penélope reconoce a su esposo ni este a su patria. Sin embargo, por más que cambien las cosas, Ulises sabe que la memoria nunca debe perderse. Los vientos siguen desviando nuestras naves a la isla de los lotófagos, pero evitaremos comer el fruto del olvido porque si se pierde lo aprendido el regreso se hace imposible. Es verdad que la Anábasis (subida) de Jenofonte tiene más de regreso que de ida, pero no es vuelta a lo conocido, sino un desengañado retorno en el que descubrimos la necesidad de la ayuda mutua.
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