martes, 19 de marzo de 2024

Por lo que se refería a los demás, a cuantos lo rodeaban, no dejaba de hacer constantemente los intentos más heroicos y serios para quererlos, para hacerles justicia, para no causarles daño, pues el "ama a tu prójimo" lo tenía tan hondamente inculcado como el odio a sí mismo. Y de este modo, fue toda su vida una prueba de que sin amor de la propia persona es también imposible el amor al prójimo, de que el odio de uno mismo es exactamente igual, y en fin de cuentas produce el mismo horrible aislamiento y la misma desesperación, que el egoísmo más rabioso.

 Para bien o para mal, nunca escapamos de los ojos excesivos de un pasado que no para de labrarnos surco a surco. Según Wislawa Szymborska, solo las nubes viven sin la carga de los recuerdos y según Cioran, por muy desengañados que estemos siempre conservamos alguna esperanza. El transilvano lo dice tan dolosamente como le permiten sus discutibles ideas políticas, pero lo dice y ahí queda. Hay quienes siguen buscando en el Mediterráneo crepuscular un Ulises primigenio que ni ha existido ni existirá. Empecinados en remendar sus maltratados sueños acuden confiados cada día a su cita con la barbarie luciendo una margarita en el ojal, aunque para ello tengan que inventar machadianamente la verdad. Al contrario que Iván Karamazov no creen que si Dios ha muerto todo esté permitido. Ellos son la copa que nos siguen ofreciendo los sonrientes y siempre vivos amantes etruscos, aunque ya no la podamos ver. Gracias a su gusto por el detalle no se ha derrumbado la humanidad. Al otro lado, acechando, se encuentran los que alardean de haber aplastado las flores de sus mejores anhelos. Sus argumentos son simplificadores y su rostro es mate porque dejaron de nadar en las palabras. Se les reconoce porque al cambiar la dialéctica por la lógica perdieron las alas, pero creen que su nacimiento fue un acontecimiento providencial. Su aspecto es intimidador, reciben con postas loberas a quien piensa distinto y se burlan de todo, pero se nota que les duelen las mandíbulas de tanto fingir la risa. Han perfeccionado sus venablos y han adoptado la singular avaricia de sus renovados amos, botarates de primera hora cuyo odio eterno nos persigue por los siglos y por las calles cuando sueltan su jauría. Ellos fueron quienes mataron al esclavo encadenado que vigilaba la puerta en el poema de Borges. Suelen envolverse en una patria de papel o de humo y en una lengua de trapo con la que pueden incluso dominar la técnica cultural, pero sin capacidad para contar historias en otoño. Una minoría sabe definir el forte y el pianissimo, aunque ignorando la relación que entre ambos mantienen el sonido y el silencio. Se humillan ante los bustos y los santos lugares de la bohemia, pero desprecian a los artistas e intelectuales andrajosos que no llegaron a saber que lo eran porque debieron elegir entre malvender sus vidas como mozos de carga o morir prematuramente en algún tugurio de borrachos. Es verdad que a todos se nos ha subido alguna vez la coyuntura a la cabeza, e incluso hemos tenido la tentación de explicarle a alguien lo que significa la Casida de las palomas oscuras, de Federico, pero de inmediato se nos cerraba la boca y dejábamos hablar a los olmos: la deuda que una vez cumplidos los cincuenta años de edad mantenemos con la película La edad de la ignorancia, de Denys Arcand es impagable. Los abusos que hemos sufrido y nuestros propios errores forman parte de la arcilla con la que se moldean los mejores seres humanos, pero cada vez son más quienes emplean ese material para convertir sus viejos sueños en fantasías crueles. Es la misma frustración que llevaba al cerrajero Michel Vlassov (La Madre, Goriki) a vengarse sobre los demás de las miserias de sus propias vidas. Comprender es sospechar de nosotros mismos, dudar y transformarse, pero el colapso del pensamiento crítico hace que cada vez haya menos personas en condiciones de cambiar de opinión y que las redes sociales se conviertan en centros de reclutamiento para quienes prefieren rodearse de las certezas de un príncipe húngaro. La incapacidad para reconocer que tan imposible es negar la realidad como dejar de recordar lo que desconocemos ha llevado a muchos a interpretar "su fracaso como creadores / sólo como un fracaso del mundo" (Charles Bukowsky).

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