jueves, 28 de marzo de 2024

"La Náusea", Sartre (I)

 Roquentin, el protagonista de La Náusea, solo se interroga acerca de la absurdidad de nuestra existencia cuando abandona su empleo. Hasta entonces, todo habían sido certezas: trabajar, comer, fornicar, consumir y dormir. Tres de las principales preguntas que se plantean en La Náusea son las siguientes: ¿por qué semejante situación no provoca en los demás las mismas náuseas que a Roquentin?; ¿cómo es posible que los burgueses lleguen a creerse seres necesarios en lugar que contingentes como todos los demás? y, por último ¿es suficiente con pensar y ser o es necesario hacer

Roquentin  indaga sobre estos temas a partir del "pienso luego existo", de Descartes; del desvalido Dasein heidggariano y del volver a las cosas mismas de Husserl. De momento la única justificación de su existencia es una biografía de Rollebon que está escribiendo entre la biblioteca y el Café Mably de Bouville, ciudad imaginaria en cuyo museo se exhiben los elegantes retratos de las únicas personas cuyas vidas son valiosas. Ellos son los elegantes jefes políticos y empresariales que han pasado a la posteridad porque solo gracias a ellos existe la ciudad de Bouville, de ahí que ahora muestran sus vidas sin defectos en el salón Bordurin-Renaudas para que puedan recibir el afecto y la admiración que merecen por parte de los mediocres. "Las mujeres, dignas compañeras de esos luchadores, fundaron la mayoría de los patronatos, casas cunas, talleres de caridad. Pero fueron ante todo, esposas y madres. Educaron hermosos hijos, les enseñaron sus deberes y derechos, la religión y las tradiciones de Francia". Los Pacôme son hoy la familia más rica porque el padre de todos ellos nunca se equivocó ni jamás tuvo una sombra de duda. Roquentin asumía sin rencor los derechos de estas personas ilustres a ser venerados y obedecidos por quienes, como él están en el deber de obedecer porque sus vidas solo son "como una piedra, como una planta, como un microbio". En general se trata de una élite que saltó de la industria a la política porque para ellos mandar no es un derecho, sino su principal deber. Luego, estos "cochinos" crearon el club del Orden, entre otras cosas para facilitar los matrimonios más adecuados para sus hijos. Es verdad que Pacôme también es mortal, pero su despedida no es como la de la pintura de Richard Séverand titulada La muerte del célibe. En la tela, "el ama de llaves, de facciones marcadas por el vicio, había abierto ya el cajón de la cómoda, y contaba escudos. Por una puerta abierta se veía, en la penumbra, un hombre de gorra aguardando con un cigarrillo pegado al labio inferior. Cerca de la pared, un gato indiferente bebía leche".

El doctor  Wakefield también le habló a Roquentin de Rémy Parrottin, en mi opinión uno de los personajes mejor descritos en La Náusea. Se trata de un gran hombre "de los que dicen: «¿Los socialistas? ¡Bueno, yo voy más lejos que ellos!». Para seguirlo por este camino peligroso, era preciso abandonar en seguida, estremeciéndose, la familia, la Patria, el derecho de propiedad, los valores más sagrados. Hasta se dudaba un segundo del derecho de la «élite» burguesa a mandar. Un paso más, y de improviso todo quedaba restablecido, maravillosamente fundado en sólidas razones, a la antigua. Uno se volvía y divisaba allá atrás a los socialistas, lejos ya, muy pequeños, que agitaban el pañuelo gritando: «Espérennos»"

 Son pocos los que disfrutan de la condición humana. Los retratos de los privilegiados que lo han conseguido están hechos para que la ciudadanía se sobrecoja ante su estatura gigantesca y sus intimidantes e inteligentes rostros, armoniosa combinación de paternalismo y la más saludable defensa de la jerarquía social. Al igual que Borges, también Roquentin habría quedado absorto en esas ilusorias imágenes que nos hacen olvidar nuestro destino de perseguidos, pero Roquentin ya había ojeado el Satirique Bouvillois y no le asombraba que algunos de los retratados "levantara con tanto ímpetu la nariz al aire...¡Admirable poder del arte! De ese hombrecito de voz chillona pasaría a la posteridad un rostro amenazador, un gesto soberbio, y sangrientos ojos de toro".  Roquentin también sabía, "por haber contemplado mucho tiempo en la biblioteca del Escorial cierto retrato de Felipe II, que cuando se mira a la cara un rostro resplandeciente de derecho, al cabo de un momento ese brillo se apaga y queda un residuo ceniciento...Parrottin ofrecía una hermosa resistencia. Pero de golpe se apagó su mirada; el cuadro se empañó....Los empleados de la S. A. B. nunca las habían sospechado; no se demoraban demasiado en el despacho de Parrottin. Al entrar encontraban esa terrible mirada como un muro. Detrás, estaban a cubierto las mejillas, blancas y blandas. Bajo el pincel de quienes pintaron sus retratos se había perdido la misteriosa debilidad de sus rostros humanos".  Podemos decir lo mismo que Clarice Lispector al ver algunas fotografías suyas de joven: "Al mirar el retrato veía el misterio". Roquentin salió del salón Bordurin-Renaudas y abandonó la escritura de su libro sobre Rollebon.

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