Tampoco
es fácil encontrar un busines,
soft skills
o
coaching
tan
diestro en el arte de mover voluntades como el autor de "El
Criticón" cuando afirma que "Todos son idólatras: unos de
la estimación, otros del interés y los más del deleite. La maña
está en conocer estos ídolos".
La actual falta de
originalidad política e intelectual se trata de compensar con reelaboraciones envueltas en una terminología seudocientífica que nunca van más allá de lo superficial.
La ocupación permanente y el pueril llamamiento al éxito, a la
iniciativa y a la diversión apenas si dejan espacio para conocer
las escasas teorías que tratan de explicar lo que en realidad está pasando detrás de las apariencias. Cuando
surgen, acertadas o equivocadas, estas ideas solo alcanzan difusión cuando algún
personaje mediático se hace eco de ellas, las recrea o se las
apropia repitiéndolas mal. Dos de las piezas más codiciadas en la actualidad son las palabras Woke y Tecnofeudalismo. La primera ya había sido utilizada en los EEUU en el contexto de la lucha contra el racismo de los años treinta, aunque ahora ha adquirido una ambigüedad que Susan Neiman trata de aclarar en su libro “Izquierda no es woke”. La segunda es un término igualmente forzado del que muchos se quieren adueñar añadiendo ligeros retoques semánticos. A todo ello parece referirse Doris Lessing cuando en su libro El
cuaderno dorado escribe lo siguiente: "hay libros de crítica de
inmensa complejidad y conocimiento que tratan, a veces de segunda
o tercera mano,
de obras originales: novelas, comedias, historias. La gente que
escribe esos libros constituye todo un estrato en universidades de
todo el mundo; se trata de un fenómeno internacional, de la capa
superior del mundo literario. Sus vidas han sido empleadas en la
crítica y para criticar la crítica de los otros críticos. Éstos
consideran su actividad más
importante que la misma obra original...
Muchísima gente contempla este estado de cosas como normal y no como
triste
y ridículo".
No hay comentarios:
Publicar un comentario