jueves, 1 de febrero de 2024

Ayer empecé a  aprender a hablar  Hoy estoy aprendiendo a callar  Mañana dejaré   de aprender. Erich Fried

  Le habían echado de todos los sitios, el antintelectualismo siguió avanzando y, como Don Quijote, se encerró con sus libros al atardecer. Únicamente salía para limpiar el camino de la basura que arrojaban los adoradores de himnos y pedestales. También para practicar aquella lengua muerta de la amabilidad. Pero leer, hablar bien y ser un ciudadano decente que hace cosas sin ánimo de lucro se habían convertido en actividades sospechosas, sobre todo si quienes las llevaban a cabo habían nacido bajo otra luz, entre otras generaciones o en la tierra de los sueños. “¿Que querrá este con los buenos días?”, se preguntaban muchos. Sus intuiciones se vieron reforzadas por Annie Enaux cuando escribe que “bondad», «buena gente» ya no se entendían. El orgullo de lo que se hace se veía sustituido por ese de lo que se es, mujer, gay, de provincias, judío, árabe, etc...la libertad tenía rostro de centro comercial. También por Frédéric Gros, filósofo para el que “la vergüenza es revolucionaria, pero muda porque es sufrimiento; un desgarro entre la grandeza del ultraje y el sentimiento de impotencia”. Ambos escritores constataban la vigencia de Don Quijote. El Caballero de la Triste Figura no solo se rebeló contra la caída en desgracia de la virtud y la justicia que, en su versión laica o teológica, habían estructurado la vida; sino también contra la separación entre lo que se es y lo que se hace. El mundo y la vida perdieran sentido cuando los mercachifles y la nobleza de toga se impusieron a los caballeros y la confusión entre pecados y virtudes a que todo ello dio lugar justifica la locura de Don Quijote, pero el cura y la sobrina tenían la misma ideología feudal que los libros de caballería que echaron a la hoguera acusándolos de haber inculcado en Don Quijote ideas desprovistas de religiosidad. El cortesano franciscano Antonio de Guevara va más lejos y recomienda que no solo se deje de imprimir el Amadís de Gaula que había logrado salvarse de la quema, sino también La Celestina, argumentando que todos ellos incitan a la sensualidad y a vivir bienEl verdadero problema de todos esos libros laicos era que los leían tanto los letrados y los ignorantes como los plebeyos y los caballeros.  La locura de Don Quijote es su nobleza: su épica no está en su anacronismo, sino en intentar mantener los grandes valores sin la subordinación ni al dogma religioso ni al dinero convertido en nuevo señor. 
 Temía las invenciones de la memoria, conocía los peligros de hablarse solo con Don Quijote y sabía que el mundo necesita algo más que almas buenas o paraísos tristes, pero aun así prefirió encerrarse definitivamente para evitar ofender a alguien.  Una copia del conocido grabado de Doré  en donde aparece Don Quijote  espada en ristre rodeado de sus encantadores, doncellas y caballeros“ con el texto "A world of disorderly notions, picked out of his books, crowded into his imagination” le recordaba a diario la importancia de combatir la división del trabajo y la urgencia de la praxis, pero sin convertirnos en objeto de burlaDesde su biblioteca escuchó los gritos de los esforzados constructores de las pirámides y el silencio de los esclavos que Miguel Ángel no pudo aliviar del duro mármol con el que debían decorar el mausoleo de Julio II. No era como el Autodidacto de La Náusea empeñado en leerlo todo por igual, de modo que dejó difuntos muchos libros que trataban de cosas que nada tenían que ver con lo que prometían en su título. El tiempo que había perdido con ellos lo recuperó con aquella otra filosofía instantánea que son las imágenes y se preguntó por los motivos que nos hacen creer que todos pensamos lo mismo cuando miramos, por ejemplo, la fotografía de Búcsú Hemző Károlytól titulada Chairlift. De sus libros salieron gacelas de amores que no se dejan ver, sintió la emoción del viaje en los trenes de la Compañía Ferroviaria del Mediodía Francés que llevan a las termas de Sain-Sauveur y recorrió febrero a través de las quietudes del lied Wie rafft' ich mich auf, de Brahms. En  Tebas vio a Edipo golpearse los ojos una y otra vez con los dorados broches que adornaron el vestido de Yocasta, escuchó canto maronita en el Monte Líbano y asistió a la última misa de Santa Sofía poco antes de que sus mosaicos fueran enlucidos y sus campanas retiradas. Le sorprendió que los pobres de todos los países fuesen desterrados que carecen de historia y que ninguno de los que un día salieron de la más milenaria de las aldeas haya vuelto de tiros largos ni distinguido con títulos nobiliarios o pontificios. En una antigua escritura leyó que la sonrisa había sido un gesto de curvar suavemente la boca que era necesario intercambiar y fue entonces cuando comprendió el motivo por el que escriben quienes quieren ser olvidados. En ellos reconoció la sinceridad del dolor que Marcial encontró en los que lloran en secreto. Comenzó a amar la soledad, aprendió a mirar con afecto partes de su cuerpo en las que nunca antes había reparado y se educó en la antigua disposición de la escritura; pero lo que nunca logró fue comprender a Mallarmé cuando afirmó que quien escribe se retira.