jueves, 1 de febrero de 2024

Ayer empecé a  aprender a hablar  Hoy estoy aprendiendo a callar  Mañana dejaré   de aprender. Erich Fried

  Le habían echado de todos los sitios, el antintelectualismo siguió avanzando y, como Don Quijote, se encerró con sus libros al atardecer. Paradójica búsqueda del silencio para quien pensaba que para ser uno mismo era necesario el contacto con los demás. Únicamente salía para limpiar el camino de la basura que arrojaban los adoradores de himnos y pedestales. También para practicar aquella lengua muerta de la amabilidad. Pero leer, hablar bien y ser un ciudadano decente que hace cosas sin ánimo de lucro se habían convertido en actividades sospechosas, sobre todo si quienes las llevaban a cabo habían nacido bajo otra luz, entre otras generaciones o en la tierra de los sueños. “¿Que querrá este con los buenos días?”, se preguntaban muchos. 
Sus intuiciones acerca del desprestigio en el que había caído ser una persona educada se vieron confirmadas por Adriana Valdés y por Annie Enaux cuando escribe que “bondad», «buena gente» ya no se entendían. El orgullo de lo que se hace se veía sustituido por ese de lo que se es, mujer, gay, de provincias, judío, árabe, etc...la libertad tenía rostro de centro comercial. Pero el problema no es nuevo y se viene repitiendo desde tiempos de Sócrates. Marx escribió a Arnold Ruge lo siguiente: “Me mirará usted sonriendo, y me preguntará: ¿Y qué salimos ganando con ello? Con la vergüenza solamente no se hace ninguna revolución. A lo que respondo: La vergüenza es ya una revolución, fue realmente el triunfo de la revolución francesa sobre el patriotismo alemán, que la derrotó en 1813. La vergüenza es una especie de cólera replegada sobre sí misma. Y si realmente se avergonzara una nación entera, sería como el león que se dispone a dar el salto”. El filósofo Frédéric Gros, también opina que “la vergüenza es revolucionaria, pero muda porque es sufrimiento; un desgarro entre la grandeza del ultraje y el sentimiento de impotencia”. 

 Temía las invenciones de la memoria, conocía los peligros de hablarse solo con Don Quijote y sabía que el mundo necesita algo más que almas buenas o paraísos tristes, pero aun así prefirió encerrarse definitivamente para evitar ofender a alguien por su sola presencia.  Una copia del conocido grabado de Doré  en donde aparece Don Quijote espada en ristre rodeado de sus encantadores, doncellas y caballeros“ con el texto "A world of disorderly notions, picked out of his books, crowded into his imagination” le recordaba a diario la importancia de combatir la división del trabajo y la urgencia de la praxis, pero sin convertirnos en objeto de burlaDesde su biblioteca escuchó los gritos de los esforzados constructores de las pirámides y el silencio de los esclavos que Miguel Ángel no pudo aliviar del duro mármol con el que debían decorar el mausoleo de Julio II. No era como el Autodidacto de La Náusea empeñado en leerlo todo por igual, de modo que dejó difuntos muchos libros que trataban de cosas que nada tenían que ver con lo que prometían en su título. El tiempo que había perdido con ellos lo recuperó con aquella otra filosofía instantánea que son las imágenes y se preguntó por los motivos que nos hacen creer que todos pensamos lo mismo cuando miramos, por ejemplo, la fotografía de Búcsú Hemző Károlytól titulada Chairlift. De sus libros salieron gacelas de amores que no se dejan ver, sintió la emoción del viaje en los trenes de la Compañía Ferroviaria del Mediodía Francés que llevan a las termas de Sain-Sauveur y recorrió febrero a través de las quietudes del lied Wie rafft' ich mich auf, de Brahms. En  Tebas vio a Edipo golpearse los ojos una y otra vez con los dorados broches que adornaron el vestido de Yocasta, escuchó canto maronita en el Monte Líbano y asistió a la última misa de Santa Sofía poco antes de que sus mosaicos fueran enlucidos y sus campanas retiradas. Le sorprendió que los pobres de todos los países fuesen desterrados que carecen de historia y que ninguno de los que un día salieron de la más milenaria de las aldeas haya vuelto de tiros largos ni distinguido con títulos nobiliarios o pontificios. En una antigua escritura leyó que la sonrisa había sido un gesto de curvar suavemente la boca que era necesario intercambiar y fue entonces cuando comprendió el motivo por el que escriben quienes quieren ser olvidados. En ellos reconoció la sinceridad del dolor que Marcial encontró en los que lloran en secreto. Comenzó a disfrutar de la soledad, aprendió a quererse cuando descubrió que las mismas cosas que despertaban su amor a otros también le habían ocurrido a él y se educó en la antigua disposición de la escritura; pero lo que nunca logró fue comprender a Mallarmé cuando afirmó que quien escribe se retira. 

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