martes, 23 de abril de 2024

Mitos

 En El caminante, Herman Hesse hace un apasionado llamamiento a los lectores para que evitemos la tentación de idealizar a los poetas y artistas en general. Según Hesse, al soldado que ellos representan con pose heroica le estaban temblando las entrañas tanto como a cualquiera de nosotros. Es así como Hesse nos recuerda que no somos sabios, iluminados, ni griegos armoniosos, que la contradicción mueve el mundo y que nuestra vida es, como dijo Henning Mankell, una frágil rama que se mece sobre un abismo. "¡Acéptalo todo, no te aflijas por nada!...¡Dios mío, qué siniestro y fanfarrón es el hombre, sobre todo el artista, sobre todo el poeta, sobre todo yo!". Tampoco el propio Bach fue en su vida personal ese dechado de virtudes inventado por cierta mitología a partir de su extraordinaria obra. Mucho menos el emperador Marco Aurelio, cuyas frases manipuladas y fuera de contexto causan furor en las redes sociales. 
 Toda idealización está al servicio del poder y uno de sus símbolos actuales es el creativo. El creativo es el héroe cultural de lo que M. Sandel llama triunfalismo de mercado, ideología que en su opinión habría decaído con la crisis financiera, si bien la realidad confirma que nada nuevo ha ocupado su lugar y todo sigue en venta. El creativo se mantiene como el ejemplo a seguir porque solo de él florecen las ideas que impulsan la innovación de todo...menos de la precarización laboral. A este respecto, Oli Mould ha señalado la contradicción que existe entre el modelo individualista y los constantes llamamientos a la implicación en el trabajo en equipo. 
 La actual mitologización no se debe a un déficit de la razón como ocurría en el pasado, sino al uso fraudulento de la misma. Siempre ha sido más fácil identificarse con una imagen o corear una consigna que desarrollarlas, pero la actual tecnocracia y la cultura audiovisual han espesado la función simbólica del mito hasta hacer que la forma se imponga al contenido, ya se trate de cuidar más el aspecto físico que la formación cultural o de revestir las viejas teorías de la economía política con esa retórica progresista de la que Obama fue uno de sus profetas. El anterior horizonte de verdad y de emancipación ha desaparecido porque ni la una ni la otra se someten al imperativo de la rentabilidad. El capitalismo se presenta como algo que surge de forma espontánea en cualquier sociedad. De él solo vemos los centros comerciales, es decir, su fase de intercambio, entendida como punto de encuentro entre individuos iguales, libres, racionales e informados. La unidad de positivismo y meritocracia legitima la injusticia social en la medida en que resulta de un mercado aparentemente neutral que determina la selección social en función del precio justo de cada persona. La posibilidades reales de competir y de elegir o la existencia de bienes que no se ajusten a él son temas marginales.

El blanco de las letrinas

Para Batjin, la  Estética no es ninguna ciencia de lo bello, sino la ciencia de la cognición artística de la realidad. Harrry Levin no se anda con rodeos cuando afirma que la épica, el romance y la novela representan los tres sucesivos modelos de vida: militar, cortesano y mercantil. La irrupción del escritor como protagonista de su propia obra durante el romanticismo; la distinción entre novela realista y naturalista que establece Lukács a partir de 1848; la adopción del monólogo interior por parte de las vanguardias de finales del siglo XIX o la distorsión expresionista de la realidad van más allá del gusto y las formas. Sorprende que un intelectual como Hegel creyese que el arte se hizo problemático cuando, según él la sociedad había dejado de serlo. Su idealización del presente le impidió comprender el alma de los hechos (Juan Carlos Onetti) de la misma manera que la simple reproducción de las apariencias es incapaz de traspasar los elementos decorativos. Este es el caso de Agamenón cuando trata de ennoblecer como obediencia religiosa lo que no es más que impiedad y ambición ocultas. La ideología burguesa de Thomas Mann no le impidió reconocer que si durante el siglo XIX hubo países en los que lo social no fue musical ni capaz de generar arte no fue  culpa de las musas. 
 
  Quién devuelve a la letrina  
  el color inmaculado   
            Lêdo Ivo

Por el dolor a la sabiduría (Agamenón, Esquilo)

Esquilo recurre a la mitología para expresar algo nuevo: la forma dialéctica en la que los seres humanos van a interpretar a partir de entonces su vida personal y social como una realidad en constante perfeccionamiento. Si decimos que la vida es un viaje del engaño al desengaño es porque previamente hemos sido engañados. Por contra, para Esquilo, el dolor no conduce al desengaño, sino a la sabiduría, pero tanto el dolor como la sabiduría de Agamenón se plantean de forma polémica y abierta a la interpretación de un público cuya madurez cultural resulta tan sorprendente como el hecho de que este tipo de obras expuestas a múltiples apreciaciones hayan sido promovidas por el poder.  
 En el mundo griego la vida individual es inseparable de la sociedad del mismo modo que la tragedia también lo es de la democracia. José Hierro nos ofrece otra visión más íntima del dolor cuando escribe que Por el dolor llegué a la alegría. Los funerales de los héroes de Hierro  tienen lugar en D’Agostino Funeral Home entre flores artificiales, cirios eléctricos y sin presencia de las musas. Pese a estas diferencias, ni en el caso griego ni en el de Hierro cabe hablar de oxímoron, sino de dialéctica. Tampoco de melodía, sino de armonía y contrapunto. Hierro nos recuerda que fondo y forma son inseparables en poesía, aunque cada fondo tiene una forma adecuada que le impide caer en la retóricaDescubrir que nos han despreciado es triste, pero también nos permite reconocer la verdadera bondad donde quiera que se encuentre, incluso en nuestro interior. Me celebro y me canto a mi mismo, escribe Whitman. La soledad, en que hemos abierto los ojos (Vicente Aleixandre) y la generosidad que hemos derrochado en plena fiebre del oro no debe afligirnos, sino dorar nuestra autoestima con el misterioso sol que a partir de entonces amanecerá en el reino triste (José Hierro).
Machado nos dice que la sensibilidad y las palabras por sí solas pueden no ser suficientes para saltar la tapia del corral. Es más, apenas si podemos ya hablar de amor sin sentirnos imbéciles y sin siquiera sentir nostalgia de los cuerpos. Para no convertirnos en un solitario que avanza sin camino ni espejo es necesario que alguien nos oriente en el difícil oficio de interpretar el presente y repensar el pasado, sobre todo porque nada se repite de la misma manera. Según Gramsci, "la historia enseña, pero no tiene alumnos". La experiencia por sí misma y por traumática que sea no siempre nos hace comprender de manera inmediata. En ocasiones es necesario que alguien nos lleve a nosotros mismos como hace Goethe en el Wilhelm Meister. Por él sabremos que el educador no debe preservar del error, sino orientar al errado una vez que este se haya saciado de su equívoco. La poesía de Gil de Biedman también nos muestra que no hay peor pasado que el que nunca existió y que debemos revisar el nombre que le hemos dado a las cosas. Pocos como él nos explicarán lo que eran aquellos verbos irregulares del colegio y la infancia.
Para la dialéctica, la contradicción es el motor del mundo y según una teoría de Burckhardt, lo que un día fueron alegrías y tristezas se convertirán en conocimiento, pero para obrar ese prodigio necesitamos que Miguel Hernández nos muestre el dolor y la satisfacción que tejen la malla de un mismo verso.
La dialéctica que la música mantiene con el lenguaje denotativo la hace más vulnerable a las enfermedades ideológicas. Dos de los casos mas conocidos son las partituras de Dimitri Shostakovich y Sergéi Prokófiev, artistas soviéticos de los que casi todo lo que damos por cierto es falso, no porque las siniestras autoridades de la antigua URSS hayan ocultado la verdad, sino porque nos hemos tragado toda la propaganda anticomunista que se sirvió durante la ya lejana Guerra Fría , en lugar de escuchar en sus obras lo paradójico que hay en la felicidad y la fragancia que de esta queda en la tristeza. A estas alturas todo el mundo sabe que las supuestas memorias de Shostakovich publicadas por Volvkov son falsas, pero todavía se siguen difundiendo sin rubor en libros y emisoras públicas de radio. No nos vendría mal prestar atención a su extraordinario cuarteto n.º 8 Op. 110, obra compuesta en 1960 y cuya dedicatoria no podía ser más elocuente: “A la memoria de las víctimas del fascismo y de la guerra”. Tampoco la Cantata para el veinte aniversario de la revolución de octubre, de Prokofiev fue una obra compuesta al dictado, sobre todo si tenemos en cuenta la mala acogida que tuvo entre las autoridades estalinistas que la acusaron de confundir las palabras de Marx y Engels con una música incomprensible. Pese a lo esfuerzos de Prokofiev, la cantata solo se pudo interpretar en 1966, casi treinta años después de su composición y diecisiete después del fallecimiento del compositor y de Stalin. Susan Neiman detecta esta persistencia de residuos de la Guerra Fría en la propia izquierda que ahora prefiere llamarse “progresista”.

El artesano intelectual no pretencioso

 Cuando Nietzsche decía que la vida sin música sería un error se estaba refiriendo al arte y la cultura en general. Para que esta afirmación tenga sentido debe tratarse de un arte y una cultura que no se reduzcan al ornato y a la mera adquisición de conocimiento. Tampoco sirve un sentimiento que no trasciende del yo aislado (Machado) como hacían algunos simbolistas. Según Marcuse, todo lo que socialmente “cuenta como utopía, la fantasía, y la rebelión en el mundo de los hechos se permite en el arte. Allí, la cultura afirmativa ha desplegado las verdades olvidadas sobre las que triunfa el realismo”. Nuestro deber es el mismo que el de la filosofía: concretar en el mundo esa “ilusión que pone ante la vista otra realidad” (Marcuse), de la misma manera que el marxismo aspira a realizar los ideales burgueses.
  Rosa Luxemburgo lleva razón doblemente cuando afirma que quien no reciba aliento vital de la lectura de Tolstoi, tampoco lo va a recibir de comentario alguno. En primer lugar porque el arte habla por sí mismo: la música debe ser escuchada, los cuadros vistos y los libros leídos. En segundo lugar porque como escribe Adorno, ni el propio artista tiene la "obligación de entender su propia obra”. Tampoco basta con acceder a los bienes culturales, sino que es necesario reflexionar sobre sus propuestas, de ahí que Juan de Mairena animase a sus alumnos a soltar los complejos intelectuales y artísticos: “A vosotros no os importe pensar lo que habéis leído ochenta veces y oído quinientas, porque no es lo mismo pensar que haber leído”. Debemos interpretar la obra de arte por nosotros mismos e incluso enriquecerla con la misma espontaneidad con la que cantan y hacen música los componentes del Trío d'amateurs, pintado por Daumier, pero no siempre es fácil quitarle a la historia la peluca que le ponen ciertos inspirados y especialistas del entendimiento.
 En La estética de la resistencia, Peter Weiss narra las distintas apreciaciones que expertos y obreros hacen del Altar de Pérgamo: mientras que los primeros destacan la armonía, los segundos reconocen el sufrimiento que expresan sus protagonistas. Dar excesiva importancia en materia artística a la palabra de los expertos y jueces propietarios exclusivos de la llanura de Alétheia en detrimento de nuestra propia experiencia limita la percepción del arte en beneficio de interpretaciones discutibles. Este es el caso del cuadro Palas y el centauro, de Botticelli, obra de la que los expertos hacen interpretaciones tan diferentes como el triunfo de la cultura frente a la barbarie, la derrota de la carnalidad ante la castidad o la más prosaica exaltación de las virtudes políticas de Lorenzo de Medici. El pragmático mercado de artículos de lujo oculto tras la retórica pseudo estética del arte contemporáneo a cuya palabrería, falta de sentido crítico e incluso de mediación teórica nos hemos terminado acostumbrando no es más que otra forma de encantamiento del mundo. Es razonable que ante semejante panorama Charles Wright Mills nos pidiera en su Imaginación sociológica que buscásemos “la rehabilitación del artesano intelectual no pretencioso”. 

Adagio lamentoso

 Es posible que la música sea la más antigua de todas las lenguas, de ahí que para distinguirla del ruido de los manicomios solo se necesite un poco de sensibilidad y de atención; pero no todo vale. Según Adorno, el oscurecimiento de la crítica y de la razón propician el culto a la pasión en cuyo reino se abren paso las tendencias violentas y represivas de la sociedad. La aconceptualidad de la música permite a los oyentes reducirse a meros seres "sentientes" que asocian a ella "cualquier cosa que se le ocurra" o lo que es peor: que se le ocurra a la industria cultural. Tchaikovsky ha sido una de las principales víctimas de la cultura de masas; sin embargo, el último movimiento de su sinfonía "Patética" se resiste a claudicar, aunque a costa de otras leyendas menos edulcoradas, pero que también se acaban imponiendo a la propia música. En este caso, la decisión de Tchaikovsky de romper con la tradición beethoveniana de  un final feliz dio lugar a un conjunto de teorías esotéricas y códigos ocultos surgidos a raíz del sufrimiento que al compositor le ocasionaba el apasionado amor carnal que sentía por su sobrino. 

Porque conozco el día que me espera, / y no por el placer. Jaime Gil de Biedma

Lo terrible no es la muerte, sino las vidas que la gente vive o no vive hasta su muerte. No hacen honor a sus vidas, les mean encima. Las cagan. Estúpidos gilipollas. Se concentran demasiado en follar, ir al cine, el dinero, la familia, follar...Muy pronto se olvidan de cómo pensar, dejan que otros piensen por ellos...Ponles la gran música de los siglos y no la oyen. Charles Bukowski 
 No se puede descuidar la vida hasta el extremo de dejarla pasar sin descubrir la melodía y el contrapunto que llevamos dentro. Para lograrlo, lo primero es escuchar la claridad con que Beethoven expresa el anhelo y la angustia humana en sus últimos cuartetos. El tema de la presencia de la muerte en cada instante de vida ya lo habían tratado otros compositores, pero de forma sucesiva, no dialécticamente como lo hace Beethoven. Herman Hesse distingue entre el ermitaño que se ha aislado "a causa de una debilidad" y los grandes solitarios como Beethoven o Nietzsche que buscan seguir su propia ley sobreviviendo a las tormentas. 
 El Superhombre de Pessoa es lo opuesto al de Nietzsche. El autor de el Libro del desasosiego decía que la vida había sido siempre penosa para él y que para evitar el contacto se había aislado; sin embargo, al aislarse había exacerbado su ya excesiva sensibilidad. El piano mal tocado del piso de enfrente le traía más buenas tristezas. Para él, la música era Aquello que viene a buscar el llanto inmanente de toda criatura humana / Aquello que viene a torturar la calma con el deseo de una calma mejor...  
Pessoa se ganaba la vida escribiendo asientos contables en un libro auxiliar de caja dentro de una oficina estrecha, cuyas ventanas mal lavadas daban a una calle sin alegría. Al terminar su jornada, con la tristeza del poeta que pensaba que nunca llegaría a ser, regresaba a su cuarto piso de un edificio con almacenes abajo. “Si pudiera ir a cualquier lugar que no sea aquí”, suspiraba. Charles Bukowski destaca el coraje de quienes como Pessoa se levantan de la cama para enfrentar las mismas cosas una y otra vez: "...conozco el día que me espera, / y no por el placer", escribe Jaime Gil de Biedma. Pero quien ha hablado con más ternura de nuestras vidas malogradas ha sido Mario Benedetti. 

 pero el cielo de veras que no es este de ahora
 ese cielo de cuando me jubile
 habrá llegado demasiado tarde

Génesis de la estupidez

 Kant afirmó que el ser humano solo es lo que de él hace la educación. Ignoramos lo que no hemos aprendido, por eso aprender es la única forma de recuperar el tiempo perdido. Para profundizar en nuestro propio ser necesitamos salir de nosotros mismos, pero pinturas como Lo studio, de Antonio Mancini o La joven del escritorio, de Petrov-Vodkin nos recuerdan que el aprendizaje es un duro proceso condicionado socialmente que requiere tanta constancia como cultivar la tierra. Platón escribió en el Hipias que lo bello es difícil y Hesíodo lo expresó con todo detalle cuando en los albores de la razón decidió ocuparse de quienes trabajan y no solo de los dioses que hasta entonces habían guiado el mundo humano. La paideía está en el centro de los milagros. 
 Todos decimos que “nadie nace sabiendo”, pero no siempre extraemos las conclusiones adecuadas. Por un lado están los desheredados de la cultura que carecen del tiempo y las aptitudes necesarias para detenerse ante miradas como la del Viejo en traje militar (1631), de Rembrandt. Por otro, los perezosos que viven sin sorprenderse de cuanto les rodea. Adorno también se ocupó de quienes cada vez que se abren al mundo acaban golpeados y su cicatriz puede ser tanto la llave de un carácter duro como la génesis de la estupidez.  Pero los más peligros son los napoleones con sombrero de papel que embriagados por sus aires doctorales olvidan la deuda que mantienen con los demás y que, pese a su privilegiado punto de partida, también ellos tuvieron que empezar por el principio como lo hicieron aquellos de los que aprendieron. No dejes, pues, sin destilar tu savia, nos recomienda Shakespeare. 
 Según Ennio “el que, amable, al desorientado el camino le muestra,/de su luz como si otra encendiera paréceme que hace:/que le sigue luciendo no menos, después de encendida”. Platón comprendió que el conocimiento desprovisto de la justicia merece el nombre de astucia, más que el de sabiduría, pero quienes se reservan la erudición prefieren mantener a los otros en la oscuridad antes que lucir más su propia luz. Podrán saber, pero no comprendieron nada de lo aprendido. Según B.J. Feijoo, también suele ocurrir “que uno sepa de memoria todas las obras de santo Tomás y sea corto teólogo; que sepa del mismo modo los derechos civil y canónico, y sea muy mal jurista”. Desde la antigua Grecia hasta finales del gótico o el rococó, la sobrecarga ornamental es sinónimo de agotamiento intelectual. Por contra, el verdadero intelectual es quien ofrece su voz a los silenciados de la manera más humilde posible. Como escribió Francisco de Quevedo:  

 Si chapitel, ¿qué haces acá abajo?
 Si de diciplinante mal contrito 
 eres el cucurucho y el delito, 
 llámente los cipreses arrendajo

El obstáculo ocasional

 Fernando Pessoa veían en el patrón Vasques el "obstáculo ocasional" que le impedía ser el dueño de sus horas, pero el sagrado transeúnte de Lisboa no tenía más sentimiento político o social que su patriotismo, entendido este no como amor a la nación, sino a la lengua portuguesa. Pessoa escribe que su único odio iba dirigido a la página mal escrita, a la sintaxis equivocada y "a la ortografía sin ípsilón"; sin embargo, según su propio relato, un día se encontró con una manifestación de obreros que sin saber lo que reclamaban le parecieron estúpidos. Al verlos sintió náuseas: porque “¡ni siquiera estaban suficientemente sucios!...corrían como basura”. 
 Pessoa siente que entre él y la vida siempre hubo un cristal, dice haber sido el devaneo de lo que quiso ser y que su vida es lo contrario a lo que deseó: "nunca he sido sino un vestigio y un simulacro de mí. Mi pasado es todo cuanto no he conseguido ser". En su Libro del desasosiego duda si era excesiva su sensibilidad para su inteligencia o su inteligencia para su sensibilidad y afirma que no ha representado nada, sino que le han representado. Sin embargo, se resigna y nunca se plantea que el problema pudiera ser social o político. Pessoa sabía escuchar el viento de la misma manera que Homero, pero tampoco le interesaba la sensualidad real ni lloraba por nada que trajera o se llevara la vida. Para él, en la palabra está contenido todo, pero, a diferencia de María Zambrano, el inclasificable creador de escritores estaba "seguro de que, en un mundo civilizado perfecto, no habría otro arte que la prosa". En él no solo faltaría la poesía, sino también la música, la pintura, la escultura y esas otras artes menores como la danza o la declamación. Es posible que Pessoa estuviese pensando en frases tan fértiles como las que unas décadas más tarde Marguerite Yourcenar y Gabriel García Márquez pusieron en boca de Adriano y de José Arcadio Buendía, respectivamente:

- “Una mujer cuya belleza algo fría me hubiera seducido, de no haber decidido simplificar mi vida reduciéndola a lo que para mí era esencial, tañó un arpa triangular de triste sonido (Memorias de Adriano, Marguerite Yourcenar) 

- “ Lo único que logró desenterrar fue una armadura del siglo XV con todas sus partes soldadas por un cascote de óxido, cuyo interior tenía la resonancia hueca de un enorme calabazo lleno de piedras. Cuando José Arcadio Buendía y los cuatro hombres de su expedición lograron desarticular la armadura, encontraron dentro un esqueleto calcificado que llevaba colgado en el cuello un relicario de cobre con un rizo de mujer” (Cien años de soledad, Gabriel García Márquez).

El conocimiento la pasión no quita. (Manuela Reyes. Cante por caracoles, de Antonio Chacón)

 No hay líneas que separen el arte de la realidad, ni la doxa del episteme estético, entre otras cosas porque toda producción artística es una creación del autor y de quien la interpreta. No será fácil que dos personas entiendan de la misma manera La tempestad, de Shakespeare porque ninguna especulación es imparcial ni es ajena a los sentimientos.  La propia palabra filosofía significa amor a la sabiduría, lo que a su vez es también amor a la verdad. Tampoco lo simple surge sin reflexión porque la realidad no coincide con lo contingente, de ahí que la experiencia artística tenga leyes que conviene conocer, aunque sin llegar a confundir la teoría con la ideología reconciliadora que se nos suele proponer. Ser cautos con el arte y no dejarnos llevar no merma el placer estético. Por ejemplo, la contemplación del florentino Salón de los Quinientos no es incompatible con el conocimiento de la función autoglorificadora de su Apoteosis de Cosme I. 
Juan de Mairena pedía a sus alumnos que pusiesen en la materia que labren "el doble cuño" de su inteligencia y su corazón: algo así como el sentimiento del caminante que contempla un mar de nubes en la pintura de Caspar David Friedrich o como esas ruinas rodeadas de niebla que cautivaron a los miembros del Sturm und Drang: Ilustración alemana cuyo gran representante es Werther, de Goethe. Lukács sabe que el lector se detiene ante esta consideración del Sturm und Drang como Ilustración alemana porque la leyenda burguesa ha contrapuesto el sentimiento del primero al entendimiento de la segunda. Sin embargo, según Lukács, a lo que se enfrentaron los ilustrados no fue a la vida afectiva de los seres humanos, sino a las convenciones nobiliarias: "En su modo de dar forma a la pasión amorosa" de quien no es ni plebeyo ni revolucionario porque no puede serlo según las circunstancias de la Alemania de su tiempo, "Goethe ha mostrado la contradicción irresolubl entre el despliegue de la personalidad y la sociedad burguesa" (G. Lukács). Para Lukács, "la tragedia del Werther no es, pues, solo la  tragedia del amor desgraciado", sino también la contradicción del amor burgués que a diferencia del pre-burgués se basa en el amor voluntario, pero deformado por el interés económico.

No sólo se las hurtaban, mas aún a sí mismos las intitulaban. Antonio de Guevara

 Ni todas las biografías de celebridades son como las de Stefan Zweig ni todos los divulgadores son como Carl Sagan, ya sea por la calidad del material objeto de estudio, por el empleo que se haga del mismo o por la atribución de las ideas a su autor sin caer en la tentación de hacerlas propias ocultando o enmascarando su origen. 
 Las citas cuentan con partidarios y detractores. Borges decía que apenas si guardaba recuerdos más allá de los libros que había leído y cuyas citas siempre tenía presentes. Personalmente, una de las mejores sensaciones que conservo de mis primeras lecturas son las referencias bibliográficas que me ofrecieron tanto ellas como las notas a pie de página, por lo que me siento en el deber de dar continuidad a esa generosa tradición. El retórico renacentista Antonio de Guevara (1480-1545) nos recuerda que “el divino Platón, Phalaris el tirano, Séneca el hispano y Cicerón el romano se quexan una y muchas veces que las epístolas que a sus amigos escrebían, no sólo se las hurtaban, mas aún a sí mismos las intitulaban, haciendo se dellas auctores y escriptores”. Por contra, el propio Antonio de Guevara suele citar en sus textos a pensadores clásicos que jamás existieron, personajes imaginarios a los que incluso les atribuye algunas de sus propias ideas. Pero no debemos engañarnos porque este gesto de aparente modestia no es más que una forma de ganar autoridad que fue muy criticada por Erasmo (1466-1536) en su selección de sentencias de Publilio Siro.

Cuando me paro a contemplar mi estado / y a ver los pasos por donde he venido / me espanto de que un hombre tan perdido / a conocer su error haya llegado.  Lope de Vega

La influencia del soneto CCXCVIII de Petrarca en estos versos de Lope de Vega es tan evidente como la que anteriormente ya había ejercido en Garcilaso. Según Ignacio E. Navarrete, el motivo de esta tendencia a la imitación sería una “combinación del dominio político hispano sobre Italia y un sentimiento continuo de inferioridad cultural”. Es posible que lleve razón la poeta danesa Inger Christensen, cuando afirma que todo lo que tenemos nos lo hemos robado los unos a lo otros. En cualquier caso, la citada recreación de dos representantes de nuestro Siglo de Oro tiene fuentes clásicas, pero hay otras ideas que atribuimos a poetas y pensadores célebres que ya fueron dichas antes por gente corriente. “¡Cuánto de Publio debería recitarse calzando el coturno, no sin él!, escribía Séneca. 
 Me sorprende que no todo el mundo escriba y cuando digo que los libros que he escrito no cuentan nada nuevo no lo hago por falsa modestia porque, al igual que Charles Bukowski, puedo asegurar que “yo he sacado algunos poemas horribles, pero no tan horribles como los que he leído en las revistas”. Mis conocimientos solo me permiten ser un mero divulgador o comentarista que trata de interpretar lo que ha aprendido en favor de quienes ocupan el banco inferior de los remeros: los que saben que nunca cumplirán sus sueños y los que se quedaron sin tiempo para volver a la patria de la razón perdida (Lope de Vega).

Ciencia sin seso, locura en exceso

 Todo lo que deberíamos tomarnos en serio se nos sigue presentando envuelto en brumas que solo los libros pueden disipar, pero la luz de la lectura no siempre es suficiente por sí sola para despejar las tinieblas interiores. Según Gracián, "ciencia sin seso, locura en exceso", entre otras cosas porque no es lo mismo erudición que educación. Borges proponer salvar la distancia que las separa mediante una Universidad que ofrezca “conversación, discusión, el arte del acuerdo y, lo que es acaso más importante, el arte del desacuerdo”. 
 Chesterton nos previene de ese mandarinazgo erudito que forman los bibliómanos, no quienes como Borges se rodean de libros porque aman el tiempo que se ha depositado en ellos o saben que entre sus páginas duermen Ismene, el cochero Yona, Pelagia y Maqroll el Gaviero: personajes más auténticos que muchas de las personas con las que nos relacionamos a diario. Los bibliómanos a los que acusa Chesterton, son aquellos que prefieren los libros a todo lo que se relata en ellos: estudian los relatos de acciones sinceras y magnánimas y no se avergüenzan de sus propias vidas taimadas y autocomplacientes. El propio Montaigne reconoce que hubo un tiempo en el que utilizaba los libros como utensilios con los que tapizarse. En España somos muy vulnerables a este mal, pero de nuestras baldías clases altas no cabía esperar ningún Montaigne. Nuestro escaso interés por los libros y la anacrónica censura que hasta la muerte de Franco siguió recayendo sobre ellos hizo de sus lectores seres enigmáticos. La ambigua burguesía española prefirió -y sigue prefiriendo- adornarse mediante condecoraciones o hacer negocios con la aristocracia en lugar de leer y escribir. Por no tener no hemos tenido ni un Monsieur Jourdain, grotesco y vanidoso, pero empeñado en aprender música y filosofía. 

Un poema “es poesía incluso cuando aparenta describir”. Heidegger

 Ni el agua es solo la unión de dos moléculas de hidrógeno y una de oxígeno ni la poesía se puede explicar mediante conceptos. Los versos no son solo palabras y el poeta nos anima a recrear sus coplas, su vino e incluso su resaca. El poeta quiere que sus versos continúen en nosotros, también en los que, pese a no haber nacido con una bonita voz, no nos queremos quedar en tierra. "Para qué habéis aprendido a leer si no sabéis ya interpretar mis poemas", pregunta Walt Whitman.

Ese algo que nos está lastimando


El secreto de la palabra poética no es otro que carecer de secretos para ese algo que nos está lastimando (Charles Bukowski). Al dejarse poseer por su objeto, la poesía saca a la luz pliegues ocultos de nuestras galerías sin fondo (A. Machado) entre cuyos brazos el lector siente que es a él a quien se le está explicando algo en voz baja, muy lentamente, en la intimidad de una habitación (Marguerite Yourcenar). Una búsqueda de lo inabarcable aquí y ahora que pocos entenderán de la misma manera y cuya idea madurará con los años en nuestra memoria como lo hacen estos versos de Karmelo Iribarren.

Esas mañanas de domingo, 
en invierno,
a primera hora: 
las calles recién regadas,
el aire fresco, 
limpio, 
el olor a cruasán de las cafeterías, 
la locura 
de los pájaros 
Como si la vida
te dijese:
mira, aquí me tienes,
vuelve a intentarlo

Tales resquicios de intimidad resultan especialmente hospitalarios para quienes como un aria olvidada se perdieron en una vida irreal, no en la de la mecedora imaginaria donde nos sentamos a recordar junto a un piano que no existe aquellos versos que nunca escribimos; sino en la de quienes huyendo de la autocompasión cayeron en el pozo de la culpabilidad mientras contemplaban a los demás con más indulgencia que a sí mismos. Según Herman Hesse, el "ama a tu prójimo" lo tienen tan hondamente inculcado como el odio a sí mismo. Es posible que a través del lenguaje instrumental hayan tenido noticia de que semejante escisión es una mala manera de gastar la vida, pero la redención necesita de algo indescriptible que solo se puede ver con los ojos del amor. Ni el bueno sabe de su bondad ni la piraña duda de sus actos, por lo que seguirán ciegos hasta que Wislawa Szymborska les elogie esa mala conciencia de sí mismos o aprendan de Sancho que quien yerra y enmienda, a Dios se encomienda. Todos somos pájaros tratando de volar en plena tormenta, pero cada vez son menos los que reconocen sus errores para aprender de ellos 

Como la generación de las hojas

 El ensayo es un género híbrido que sin renunciar a la belleza nos permite conocer conceptualmente. Es así como nos ofrece estructuras inmediatamente disponibles para reconstruir el pasado, comprender el presente y tender puentes hacia el futuro. El problema es que a diferencia de lo que ocurría en la Antigüedad griega, conocimiento y acción se han separado. Hemos asimilado la división social del trabajo hasta tal punto que nos imponemos la más estricta discordancia entre lo que pensamos y lo que hacemos, no sea que, como Don Quijote, acabemos tomándonos en serio a nosotros mismos. Para que las propuestas del ensayo se encarnen y nutran nuestra forma de vivir conviene recurrir a un tipo de literatura que reúna la necesidad de nombrar con el arte de escribir como hizo Homero, es decir, un lenguaje de lo no decible en el que la forma es contenido y este a su vez, un conjunto de constelaciones de ideas y sentimientos, cuya situación entre el concepto y la música se aviene a la humana contradicción. 
 El autor que no deja dicha la última palabra vuelve a enriquecer su contenido, pero Antonio Machado nos advierte de los riesgos a los que se expone su comprensión cabal por culpa de la división del trabajo, incluso a edades tempranas:
 "«Como la generación de las hojas, así también la de los hombres.» Homero habla aquí de la muerte como un gran épico que la ve desde fuera del gran bosque humano. Pensad en que cada uno de vosotros la verá un día desde dentro, y coincidiendo con una de esas hojas. Y, por ahora, nada más. Algunos discípulos de Mairena aprendieron de memoria el verso homérico; otros recordaban también la traducción; no faltó quien hiciese el análisis gramatical y propusiese una versión más exacta o más elegante que la del maestro, ni quien, tomando el hexámetro por las hojas cantase al árbol verde, luego desnudo, al fin vuelto a verdecer. Ninguno parecía recordar el comentario de Mairena al verso homérico; mucho menos, el consejo final".

lunes, 22 de abril de 2024

Sangran

 

 Hay mucha gente que ha perdido la capacidad de leer, atrofia a la que contribuyó Walt Disney cuando decidió sustituir la complejidad de autores como Andersen o clásicos de la literatura universal como PinochoPeter Pan por simplificaciones audiovisuales adaptadas a la ideología capitalista, al negocio y a la difusión de una imagen idílica de la sociedad americana amenazada por personajes siniestros. Quienes no leen renuncian a buscarse a sí mismos en las palabras eternas e incluso a reflexionar acerca de lo que en realidad sienten. Al carecer del instinto con que la naturaleza ha dotado a los animales muestran una extraordinaria resistencia a salir del redil, pero a cambio logran desarrollar una poderosa médula espinal junto a la que pasan felices el resto de su vida. Esta conducta nos hace recordar el viejo principio sintetizado por Bentham, según el cual, la mejor norma jurídica es la que garantiza "la mayor felicidad para el mayor número de personas". La aparente ingenuidad de esta sentencia, su sentido común y los intentos de relacionarla con Aristóteles prescindiendo de las virtudes y de la metafísica ilustran lo que el capitalismo ha hecho de nosotros. Nunca he tenido una vocación específica, pero esta absurda máxima utilitarista despertó mi interés por la Filosofía del Derecho entendida como punto de encuentro de una pluralidad de saberes que nos permiten estudiar la ley desde perspectivas históricas, filosóficas y políticas. No es una materia en la que abunden las verificaciones empíricas que se exigen hoy en día, pero podemos afirmar que sin crítica, todo lo que un día fue emancipador se acaba convirtiendo en dominación: Al principio, incluso la justicia funciona, escribe Wislawa Szymborska. Es lógico que este carácter de campo abierto en tierra de nadie moleste a los positivistas y a los partidarios de establecer fronteras precisas entre disciplinas académicas, por lo que es posible que estos científicos tampoco estén de acuerdo con el poema "Límites" de Juan Gelman.



¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí la sed,
hasta aquí el agua?
¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí el aire,
hasta aquí el fuego?
¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí el amor,
hasta aquí el odio?
¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí el hombre,
hasta aquí no?
Sólo la esperanza tiene las rodillas nítidas.
Sangran.

Está loco, es decir, es normal

 

 "Don Quijote es el símbolo de la crítica a la sociedad burguesa, desde sus formas feudales tardías en torno al 1600 hasta el conformismo por completo manipulado del presente. Es el símbolo ahistórico de un verdadero materialismo histórico. En cada situación está loco, es decir, es normal; en cada encuentro es irracional, es decir, racional". Leo Löwenthal

 El encuentro con nuestros libros de caballería suele ser tardío, pero en su torbellino, ellos mismos nos explican los motivos de dicho retraso. Hasta medio siglo después de su publicación no supe que existía la célebre Dialéctica de la Ilustración (1944), ensayo con el que Theodor Adorno y Max Horkheimer describieron los procesos que dieron lugar a la miseria y la opresión características de la barbarie moderna. Uno de los principales méritos de Dialéctica de la Ilustración consiste en rechazar el actual desplazamiento de la angustia desde la esfera social a la psicológica. Dialéctica de la Ilustración es un poco más difícil de leer que las aventuras del hidalgo manchego, pero los siguientes versos de Gyula Illyés pueden servir para explicar el contenido de esta desencantada y compleja obra:


 Sacrificamos al camello que conocía el camino...

 tuvimos hoy nuestra última comida.

El tiempo de aprender a vivir no ha pasado

 Lo más vendido y lo último en publicarse no suele ser lo mejor ni lo más original. Además, hay instituciones (Museo del Prado, MET...) que ofrecen gratuitamente (y de forma legal) textos digitalizados de mayor calidad que muchas de las novedades editoriales que causan furor incluso entre un público que demanda algo más que marcas. Entre la marea de publicaciones y los caminos que la hierba ha cubierto, el número de libros a nuestro alcance es mayor que el tiempo que podemos dedicar a su lectura, por lo que es necesario seguir algún criterio. El más fiable es recurrir a los clásicos y evitar los puristas del arte por el arte, pero conviene conocer la opinión de quienes como Borges nos ofrecen una selección personal de obras y autores que no siempre aparecen en las listas más difundidas. También la de quienes se detuvieron en esa frase por la que pasamos casi sin mirar, ya sea por tristeza, por las prisas o porque cuestionaba los prejuicios que con la compra del libro queríamos remachar, como el malecón o como el molusco que quiere calcáreamente imitar a la roca (Vicente Aleixandre) o como si el tiempo de aprender a vivir ya hubiese pasado (Louis Aragon). Esta falta de atención suele ocurrir incluso con versos que conocemos de memoria. Por ejemplo, sabemos que al andar se hace camino, pero no siempre recordamos que son caminos sobre la mar.

Segunda o tercera mano

 

Tampoco es fácil encontrar un busines, soft skills o coaching tan diestro en el arte de mover voluntades como el autor de "El Criticón" cuando afirma que "Todos son idólatras: unos de la estimación, otros del interés y los más del deleite. La maña está en conocer estos ídolos". 
La actual falta de originalidad política e intelectual se trata de compensar con reelaboraciones envueltas en una terminología seudocientífica que nunca van más allá de lo superficial. La ocupación permanente y el pueril llamamiento al éxito, a la iniciativa y a la diversión apenas si dejan espacio para conocer las escasas teorías que tratan de explicar lo que en realidad está pasando detrás de las apariencias. Cuando surgen, acertadas o equivocadas, estas ideas solo alcanzan difusión cuando algún personaje mediático se hace eco de ellas, las recrea o se las apropia repitiéndolas mal. Dos de las piezas más codiciadas en la actualidad son las palabras Woke y Tecnofeudalismo. La primera ya había sido utilizada en los EEUU en el contexto de la lucha contra el racismo de los años treinta y que ahora ha adquirido una ambigüedad que Susan Neiman trata de aclarar en su libro “Izquierda no es woke”. La segunda es un término igualmente forzado del que muchos se quieren adueñar añadiendo ligeros retoques semánticos. A todo ello parece referirse Doris Lessing cuando en su libro El cuaderno dorado escribe lo siguiente: "hay libros de crítica de inmensa complejidad y conocimiento que tratan, a veces de segunda o tercera mano, de obras originales: novelas, comedias, historias. La gente que escribe esos libros constituye todo un estrato en universidades de todo el mundo; se trata de un fenómeno internacional, de la capa superior del mundo literario. Sus vidas han sido empleadas en la crítica y para criticar la crítica de los otros críticos. Éstos consideran su actividad más importante que la misma obra original... Muchísima gente contempla este estado de cosas como normal y no como triste y ridículo".



Que el otro se disguste aora que no tú después y sin remedio

Gracias a los libros dejamos de limitarnos a ser modernos (Chesterton) en el sentido de creer que casi todo lo que se nos presenta como rabiosamente actual no había sido dicho antes. No quiero decir que haya que leerlo todo por orden cronológico o alfabético como hace el Autodidacto en la biblioteca de Bouville (La Náusea, Sartre) ni que cualquier cosa que salga de la imprenta sea buena. Uno de los experimentos bibliográficos más chuscos fueron los llamados libros de autoayuda, género que había iniciado Samuel Smiles a mediados del siglo XIX y cuyos argumentos para devolvernos la ilusión resultaban tan desalentadores como prometían algunos de sus títulos (Como dejar de pensar demasiado). Los más atrevidos llegaban a considerar sus ocurrencias extravagantes como planteamientos filosóficos, ignorando que el individualismo que proponían se opone al pensamiento crítico y social propio de la filosofía. Es cierto que recurrían a ideas referidas al arte de ahorrarse disgustos que ya habían dicho Epicuro, Séneca, Don Quijote o Baltasar Gracián, pero sin comprender que los clásicos carecen de traducción literal. De este último conviene retener el siguiente consejo: "En todo acontecimiento, siempre que se encontraren el hazer plazer a otro con el hazerse a sí pesar, es lición de conveniencia que vale más que el otro se disguste aora que no tú después y sin remedio".

Religiosos incendios

Hay libros que salvan vidas y cambian destinos aunque no sepamos explicar los motivos. En ocasiones, entre las líneas de un texto místico descubrimos una sensualidad que apenas si tiene algo en común con lo que en ellos se cuenta expresamente. Es posible que algunos monjes, eremitas o anacoretas no abrazasen la soledad y el silencio como prácticas piadosas o de penitencia a las que, en rigor, ningún voto monástico les obligaba, sino para abandonar la sociedad de forma respetable o para protegerse de pasiones que ni eran correspondidas ni estaban bien vistas. Sus flores se han helado, pero al hacerlo se han hecho eternas y es así como han llegado hasta nosotros. Ni la más estricta vida conventual es capaz de reprimir la voluptas carnis, el deseo prohibido que nos abrasa entre la culpa y la lujuria. La poesía es la lengua común de los misterios y a ella escapa la llama de su cautiverio en forma de religiosos incendios para mantener viva una última esperanza:  mas tú, de lo que callé/inferirás lo que callo.

pues del mismo corazón
los combatientes deseos
son holocausto poluto,
son materiales afectos,
y solamente del alma
en religiosos incendios,
arde sacrificio puro
de adoración y silencio.
 

Sor Juana Inés de la Cruz


miércoles, 10 de abril de 2024

Del Libro de Buen Amor a La Celestina


El Libro de Buen Amor (1330-43), del Arcipreste de Hita nos muestra una desenfadada visión de la sociedad española de su tiempo. Para ello recurre tanto a las tres culturas que coincidieron en la España bajomedieval como a ciertas remisiones, más o menos heterodoxas, a la autoridad de los clásicos, concretamente al naturalismo aristotélico y las teorías amatorias de Ovidio.  El resultado de todo ellos es una imagen  alegre y satírica de la vida popular similar a la que ofrecían la literatura goliardesca o las escenas mundanas que dos siglos más tarde pintará Brueghel. Este carácter jocoso del Libro de Buen Amor contrasta con el espíritu sombrío de buena parte de la producción artística española durante el Renacimiento, precisamente cuando el humanismo y la secularización se abrían paso en Europa. La persecución de la herejía había sido constante desde el siglo XIII, sobre todo en el reino de Aragón, de ahí el carácter moralizante que el Arcipreste trata de imprimir a su libro, así como el desafortunado final de cualquier intento de amor carnal, modalidad amatoria tan alienante como la mística, pero menos duradera. Sin embargo, la ideología teológico-militar de la Reconquista,  la instauración de la Inquisición española en el siglo XV, los esfuerzos de Carlos V  por mantener el Sacro Imperio y la Contrarreforma limitaron el desarrollo del humanismo y condicionaron las cruciales transformaciones que estaban teniendo lugar en la económica y la sociedad como así lo expresa La Celestina, tragicomedia publicada en 1499 por Fernando de Rojas. Represión aparte, las imágenes y los eslóganes impresionan más que las palabras, sobre todo en una sociedad inculta, por lo que la traslación al arte de esta doctrina religiosa y escatológica ejerció una indiscutible función de adoctrinamiento a nivel popular. Menéndez Pelayo destacó la importante función educadora que los valores católicos y nacionales del teatro de Lope de Vega y Calderón tuvieron en la sociedad española, ideología que en su Historia de los heterodoxos españoles trató de revitalizar frente a las amenazas liberales que los ilustrados y afrancesados trataban de introducir en España.
  La Celestina es el libro más importante del Renacimiento en España. Se trata de una obra de difícil clasificación desde el punto de vista literario (drama, novela...) de la que tampoco se sabe si estaba pensada para ser leída en privado o en público, lectura en voz alta a cuya pervivencia contribuían el analfabetismo y el escaso desarrollo de la imprenta. Lo que en La Celestina está fuera de dudas es la caída de los valores morales tradicionales, el ascenso social de una burguesía mercantil mayoritariamente de origen judío y la disolución de los vínculos feudales tanto entre miembros de la nobleza como entre estos y sus sirvientes. El propio personaje que da título a la obra deja claro el poder que la vivienda y el dinero han alcanzado en la nueva cultura urbana cuando afirma que "A tuerto o a derecho, nuestra casa hasta el techo". Pero junto a estos signos de modernidad también se evidencia el control que la Inquisición ejerce sobre la sociedad, de ahí el trágico final al que se ven condenados los personajes, ya sea por su ambición o por sus excesos sexuales. 
 Es verdad que todos los países mantuvieron vínculos con la religión a lo largo del Renacimiento. Francia e Italia también fueron católicas, pero el auge de su burguesía y el desarrollo de la imprenta favorecieron la difusión no solo de nuevas ideas, sino también de formas musicales seculares como el madrigal. Como hemos visto, en España las cosas comenzaron de igual manera que en el conjunto de Europa, pero La Celestina muestra la peculiaridad de su evolución a comienzos del siglo XV, no solo por su contenido, sino también por su recepción por parte del poder social y religioso. No olvidemos que Fernando de Rojas era abogado y judío converso, es decir, formaba parte de una burguesía no especialmente bien vista por el clero y la nobleza tradicional que monopolizaba una producción literaria renacentista no siempre brillante. Este es el caso del Marqués de Santillana, combativo defensor de los privilegios aristocráticos cuyos textos, en verso o en prosa, no solo son anacrónicos, sino que desde el punto de vista estrictamente artístico quedan por debajo de La Celestina. Mejor valoración merece el paño recio de las célebres Coplas de Jorge Manrique, aunque ni su apología del viejo orden pueda considerarse humanista ni las virtudes que atribuye a Rodrigo Manrique sean verdaderas.
 Desde la publicación La Celestina en 1499 fueron muchos los que pidieron a la Inquisición que la censurase, entre ellos el filósofo, teólogo y economista Martín de Azpilcueta e incluso Luis Vives, humanista residente en Lovaina cuya opinión acerca del libro acabó siendo bastante ambigua. Sin embargo, por extraño que parezca, a lo largo del siglo XVI, la Inquisición no censuró la obra y cuando lo hizo en 1623 fue de forma limitada. Pese a todo, lo que en realidad evidencia el arraigo de una ideología retrógrada en los niveles altos de la sociedad española es su insistencia generación tras generación en que La Celestina fuera censurada en su integridad, objetivo que al fin lograron a las puertas del siglo XIX, no siendo hasta 1822 cuando la obra volvió a salir de la imprenta en su forma original. 

domingo, 31 de marzo de 2024

La historia está en la verdad, la verdad no está en la historia. Theodor Adorno

 Puede ser que la verdad sea histórica, es decir, que no haya una verdad por encima del tiempo. En todo caso, para Adorno es una verdad que está en el objeto y no en quien la trata de comprender: los cambios en la manera de pensar no cambian el mundo. Es una "verdad objetiva y no plausible" (no depende del consenso subjetivo), aunque la verdad no se percibe de forma inmediata en su apariencia, sino que requiere de la acción cognitiva. La verdad ni se ha dado ni se dará, mucho menos en los enunciados afirmativos y solo nos podemos acercar a ella mediante la crítica constante: en el principio fue el motín. Tanto es así que el propio Cándido, de Voltaire acabó reconociendo no solo la falsedad del optimismo panglossiano, sino la de cualquier teoría que niegue los hechos. Así es como Descartes pensó que debían ser las cosas una vez superada definitivamente la Edad Media. Según George Lukács. "cada época necesita otros griegos, otra Edad Media y otro renacimiento. Cada época se procurará los suyos, y sólo los sucesores inmediatos creerán que los sueños de sus padres han sido mentiras que hay que combatir con las nuevas verdades propias". 
 La segunda parte de la afirmación de Adorno es más problemática. Leibniz, más influido por la Escolástica que Descartes afirmaba que nada existe sin razón. Adorno es más pesimista a este respecto y pese a sus afinidades intelectuales con Hegel y Luckács tampoco comparte su optimismo acerca de la posibilidad de alcanzar una síntesis entre razón e historia: aunque comprensible racionalmente, el objeto no es racional. La relación de Adorno con la dialéctica y el materialismo pasa por una incansable búsqueda de la verdad y por la exigencia de que la razón se critique a sí misma para que ni esta se convierta en barbarie ni nosotros caigamos en la tentación de identificar la verdad con lo real, tarea para la que el verdadero arte y el verdadero humor nos servirán de ayuda. Según sus críticos, la supuesta intransigencia de Adorno le impiden romper el cerco de la metafísica, pero la condena al idealismo por parte del autor de Dialéctica negativa está fuera de toda duda y si recurrió a él solo fue para atacarlo desde dentro. Según Hegel, “lo verdadero es el todo”, mientras que para Adorno “el todo es lo no verdadero”, porque Adorno no admite falsas reconciliaciones con los resultados reales que hasta ahora ofrece la historia de la verdad. Afirmar la positividad  de la existencia  es una injusticia para las víctimas. Adorno compartía con Walter Benjamin la certeza de que la esperanza es nada si no la tomamos como una de las muchas deudas que hemos contraído con los que sufren. La utopía de sus dialéctica negativa no es solo la erradicación del sufrimiento, sino la "revocación del que ocurrió irrevocablemente".
 Aunque por caminos distintos, Sartre y Adorno reivindican la inadaptación, el desajuste, lo adverso, la herida. Para el autor de La Náusea todo es sinrazón y contingencia, pero el ser humano, pese a ser una pasión inútil, puede dar sentido a su vida a través del arte y la actividad política en favor de los desfavorecidos, de ahí sus críticas al psicologismo burgués de Proust. Sartre sabe que el ser humano está alienado, pero entiende que recuperar la libertad original justifica la existencia.
 La posmodernidad impuso la creencia de que "no hay verdad, solo interpretaciones", lo que supone una falta de respeto a la evidencia que, según Daniel Dennett, dio lugar a una generación de académicos discapacitados para los que solo hay "conversaciones" en las que nadie está equivocado.  La verdad ha dejado de interesar, pero a lo largo de la historia ha dado lugar a numerosas teorías y representaciones. Por un lado encontramos la insatisfacción de Fausto con la realidad que le hace asumir los riesgos que implica su búsqueda, aún a sabiendas de que esta es inalcanzable. Por otro, planteamientos tan pintorescos u alejados de la praxis que han hecho que la mayoría de la gente acabe afirmando que solo cree en lo que se ve. El problema es que ni todas las incredulidades son iguales ni es lo mismo un escéptico que un dialéctico. Además, buena parte de lo que vemos en la actualidad es falso e incluso lo feo que expresaba negatividad "se ha vuelto pulidoByung-Chul Han). Como en la novela de Simone de Beauvoir, todo es mentira, salvo Las bellas imágenes, esas fantasías sobre las que un día tendremos que levantar la vista. Cioran es el autor cuya obra se erige como el mayor monumento posible al nihilismo y a la imposibilidad de conciliar la verdad con la historia. El autor de Breviario de podredumbre afirma que la descomposición preside las leyes de la vida, lo que justifica su admiración por la España antieuropea o que prefiera a las mujeres porque, según él son más desequilibradas que los hombres. El conformismo desesperado de Cioran se sitúa en las antípodas de la dialéctica negativa de Adorno y del mesianismo de Benjamin, pero estaba convencido de dos cosas: "en el juicio final solo se pesarán las lágrimas" y "Dios le debe todo a Bach".
 Mientras vivamos, ni los libros ni los recuerdos que creíamos extraviados dirán su última palabra ni su verdad y de ahí la importancia de ser capaces de mantener un diálogo con lo distinto. Como en los versos de Juan Gelman, el pájaro, la flor y el violín que un día fuimos seguirán madurando en la penumbra aguardando el dichoso día de nuestro reencuentro. Luego, a quienes los dioses no dieron la gloria interminable (Borges),  la muerte nos compensará, al fin, con el privilegio de ser olvidados.



viernes, 29 de marzo de 2024

El inconsciente está estructurado como un lenguaje. Lacan

 Toda aproximación a la obra de Lacan comienzan con el aforismo que afirma que el inconsciente está estructurado como un lenguaje, es decir, el inconsciente habla y es necesario desovillar lo que dice. Lacan entiende el inconsciente como un capítulo de nuestra vida `que al estar censurado ha sido ocupado por una mentira: "pienso donde no estoy, estoy donde no pienso". El consciente no entiende lo que dice el inconsciente porque su discurso es el del otro, la verdad está escrita en otro sitio.  Yo es otro, escribió Rimbaud.

El síntoma histérico muestra la estructura de un lenguaje del mismo modo que los recuerdos de la infancia, el vocabulario, el estilo y el carácter de cada uno de nosotros conservan la huella distorsionada de nuestra historia personal. El inconsciente sabe más de nosotros que nosotros mismos, se niega a seguir el paso que le marcan y es un infierno en el que no es posible el olvido. Se expresa en el sueño y en la neurosis mediante síntomas que son el significante de lo reprimido, por lo que debemos descifrar su enigmático lenguaje como si fuera un jeroglífico y sabiendo que todo lenguaje puede servir como ocultamiento de la verdad. El síntoma y el sueño son condensaciones o relatos manifiestos en los que se producen desplazamientos respecto al relato latente mediante la magnificación o reducción de algunos elementos. Esto es lo que ocurre en esas pinturas mitad cotidianidad y mitad irrealidad en donde personajes de diferentes edades escenifican en un instante el transcurso de toda una vida según la experiencia de cada artista o su propia pasión. Un ejemplo de esto último nos lo ofrece Robert Berény cuando pide a su esposa que pose vestida de rojo para la arrebatadora pintura Mujer tocando el violonchelo, cuando en realidad hacia años que ella había dejado de tocar este instrumento. Ni tan siquiera en el mundo consciente resulta sencillo identificar e incluso verbalizar las causas sociales de nuestro malestar.

 Algunos querían pensar que las ideas de Freud solo habían sido un mal sueño. Otros las estaban utilizando disciplinariamente con fines consumistas y para readaptar a los individuos a sus funciones productivas. Por contra, el freudomarxismo relacionaba la neurosis con el capitalismo. A contrapelo de todos ellos, la vuelta a Freud que proclama Lacan sirviéndose de la lingüística estructural iniciada por Saussure pretende saber quienes somos mediante la restauración de un original que creía perdido. Tras numerosas controversias Lacan acabó expulsado de la Sociedad Internacional de Psicoanálisis y disolviendo la Escuela que él mismo había fundado alegando que tampoco ella había reconocido su filo cortante. También en el arte ocurre que lo que surge como necesidad espontánea se acaba petrificando en estilo. 

 Lacan quiere conocer lo que dice el inconsciente cautivo con la única finalidad de restituir la plenitud del sujeto. Su intención no es acceder a la verdad oculta bajo la dura piel de los herreros del yo para luego, una vez descubierta, darle a la vida su razón de ser o para hacernos más dichosos. Para ser felices tampoco es necesario rebuscar en códices y abadías porque lo que nos marchita e impide que estemos bien con nosotros mismos es el tipo de vida que nos imponen. De hecho, solo cuando Tolstoi no pudo seguir fingiendo en una sociedad inmisericorde fue cuando comenzó a preguntarse "¿Por qué he venido? ¿A donde me dirijo? ¿De que estoy huyendo y adonde?" (Las memorias de un loco). El psicoanálisis da sentido a lo que el ser humano lleva escribiendo, pintando y expresando en notas musicales desde hace siglos, pero no a la vida. Según Lacan, el ser humano está dominado por un inconsciente que ni conoce ni es ese inframundo de pulsiones perversas que tratamos de ignorar, sino la desmesura picassiana, un bosque de flores amargas con las que debemos aprender a convivir y sobre las que hay que interrogarse a la manera de esos árboles que meditan como estatuas cuando el sol se pone en los versos de Federico. "Si buscas la verdad, prepárate para lo inesperado" (Heráclito).

jueves, 28 de marzo de 2024

La Náusea, Sartre (II)

El tema de fondo sobre el que se plantean todas las cuestiones de La Náusea es la existencia. Sartre está influido por Ser y tiempo, de Heidegger y le impresiona el hecho de que nuestro ser sea, en realidad, un poder ser. El ser humano no está determinado como el resto de los entes y eso  implica libertad, angustia e incertidumbre. Las dos últimas están aseguradas, pero no así la posibilidad de ejercer la primera porque ni la propia suerte es capaz de caminar a donde quiere. La existencia se le presenta a Roquentin cuando se sienta en el banco de un parque y observa la raíz de un castaño. Como El extranjero, de Camus había perdido la costumbre de interrogarse y fue entonces cuando tomó conciencia de la existencia no como esa palabra abstracta que utilizamos a diario sin asombro, sino como algo real. El uso cotidiano de las palabras ha ido alejando a Roquentin de su verdadero contenido hasta el extremo de olvidar lo que en esencia es una raíz. Antes había empleado la palabra raíz, pero de la misma manera que tenemos conocimientos que no se sustentan ni en la experiencia ni en hechos reales. Lo que ha ocurrido ahora es que al desvanecerse las palabras las cosas perdían su individualidad, su significación y sus modos de uso para presentarse desordenadas y fundidas bajo el barniz derretido con que las había cubierto el lenguaje. Roquentin ha descubierto la causa de su náusea a la vez que esa amorfa unidad del ser que se oculta tras la diversidad con la que clasificamos los entes con fines instrumentales. Cuando los existentes particulares se reintegran al absoluto unitario del que originalmente provienen es cuando revelan su contingencia y quedan libres de la razón de ser que le habíamos dado, es decir, regresan a un absurdo fundamental en el que cada cosa está de más para las otras.  Roquentin traslada la reflexión acerca de los entes naturales a su propia persona y constata que él mismo había vivido sin tener conciencia de su propia existencia y que, por tanto, también estaba de más. Sartre no encuentra motivos naturales ni teológicos que fundamenten la existencia, por lo que la angustia de Roquentin está justificada: la náusea es él mismo y existir es estar ahí, en una estación sin abrazos ni despedidas de la que parten trenes a ninguna parte como en la pintura de Paul Delvaux
 El Autodidacto acaba golpeado y expulsado de la biblioteca después de que lo sorprendieran ejerciendo la pederastia. Ya no se podrá volver a reunir con los libros que habían dado sentido a su vida y piensa: «¡Dios mío, si no lo hubiese hecho, si pudiera no haberlo hecho, si pudiera no ser cierto!». El infierno son los otros que nos observan  y lo mejor es mirar el mundo por el ojo de una cerradura. Roquentin es un solitario y parece que las cosas le pueden ir mejor gracias al tema de jazz titulado “Some of these days” que le suele acompañar. El disco se gasta y tanto la cantante como el compositor puede que estén muertos, pero la melodía sigue. Esta pervivencia le anima a escribir un libro sobre algún tema que estuviese por encima de la existencia, una historia que no pueda suceder y que avergonzara a la gente de su existencia. Una vez terminado el libro, “quizá pudiera recordar mi vida sin repugnancia,...y me diga: fue aquel día, aquella hora cuando comenzó todo .Y llegaré —en el pasado, sólo en el pasado— a aceptarme".
La filosofía y la praxis de Sartre se enfrentan a sus propios intereses de clase: "Nunca en mi vida he dado una orden sin reír, sin hacer reír", escribe en Las palabras.. Sartre también rechaza los bonetes y las puñetas de encaje a los que tenía derecho e incluso acaba abrazando el materialismo histórico que había rechazando cuando se hallaba en la cima de su gloria existencialista. Las películas lo embrujaron porque en el cine desaparecía la jerarquía social de los teatros. Es posible que ciertos excesos verbales de Sartre solo fuesen intentos por desmitificarse a sí mismo ante la sociedad y tomar distancia frente a la pose y el fingimiento de otros. Contra todo, Sartre es extremadamente exigente consigo mismo y sigue creyendo en las cosas como deben ser, de ahí que traslade las impolutas abstracciones metafísicas (cuerpo, ser, tiempo, música…) a la acción política. Que los libros de alguien que abominaba de los juegos de palabras y que se opuso a quienes estaban fundando el individualismo neoliberal con significantes supuestamente antiautoritarios se vendiesen como rosquillas nos da la medida de cuanto han cambiado los tiempos.

"La Náusea", Sartre (I)

 Roquentin, el protagonista de La Náusea, solo se interroga acerca de la absurdidad de nuestra existencia cuando abandona su empleo. Hasta entonces, todo habían sido certezas: trabajar, comer, fornicar, consumir y dormir. Tres de las principales preguntas que se plantean en La Náusea son las siguientes: ¿por qué semejante situación no provoca en los demás las mismas náuseas que a Roquentin?; ¿cómo es posible que los burgueses lleguen a creerse seres necesarios en lugar que contingentes como todos los demás? y, por último ¿es suficiente con pensar y ser o es necesario hacer

Roquentin  indaga sobre estos temas a partir del "pienso luego existo", de Descartes; del desvalido Dasein heidggariano y del volver a las cosas mismas de Husserl. De momento la única justificación de su existencia es una biografía de Rollebon que está escribiendo entre la biblioteca y el Café Mably de Bouville, ciudad imaginaria en cuyo museo se exhiben los elegantes retratos de las únicas personas cuyas vidas son valiosas. Ellos son los elegantes jefes políticos y empresariales que han pasado a la posteridad porque solo gracias a ellos existe la ciudad de Bouville, de ahí que ahora muestran sus vidas sin defectos en el salón Bordurin-Renaudas para que puedan recibir el afecto y la admiración que merecen por parte de los mediocres. "Las mujeres, dignas compañeras de esos luchadores, fundaron la mayoría de los patronatos, casas cunas, talleres de caridad. Pero fueron ante todo, esposas y madres. Educaron hermosos hijos, les enseñaron sus deberes y derechos, la religión y las tradiciones de Francia". Los Pacôme son hoy la familia más rica porque el padre de todos ellos nunca se equivocó ni jamás tuvo una sombra de duda. Roquentin asumía sin rencor los derechos de estas personas ilustres a ser venerados y obedecidos por quienes, como él están en el deber de obedecer porque sus vidas solo son "como una piedra, como una planta, como un microbio". En general se trata de una élite que saltó de la industria a la política porque para ellos mandar no es un derecho, sino su principal deber. Luego, estos "cochinos" crearon el club del Orden, entre otras cosas para facilitar los matrimonios más adecuados para sus hijos. Es verdad que Pacôme también es mortal, pero su despedida no es como la de la pintura de Richard Séverand titulada La muerte del célibe. En la tela, "el ama de llaves, de facciones marcadas por el vicio, había abierto ya el cajón de la cómoda, y contaba escudos. Por una puerta abierta se veía, en la penumbra, un hombre de gorra aguardando con un cigarrillo pegado al labio inferior. Cerca de la pared, un gato indiferente bebía leche".

El doctor  Wakefield también le habló a Roquentin de Rémy Parrottin, en mi opinión uno de los personajes mejor descritos en La Náusea. Se trata de un gran hombre "de los que dicen: «¿Los socialistas? ¡Bueno, yo voy más lejos que ellos!». Para seguirlo por este camino peligroso, era preciso abandonar en seguida, estremeciéndose, la familia, la Patria, el derecho de propiedad, los valores más sagrados. Hasta se dudaba un segundo del derecho de la «élite» burguesa a mandar. Un paso más, y de improviso todo quedaba restablecido, maravillosamente fundado en sólidas razones, a la antigua. Uno se volvía y divisaba allá atrás a los socialistas, lejos ya, muy pequeños, que agitaban el pañuelo gritando: «Espérennos»"

 Son pocos los que disfrutan de la condición humana. Los retratos de los privilegiados que lo han conseguido están hechos para que la ciudadanía se sobrecoja ante su estatura gigantesca y sus intimidantes e inteligentes rostros, armoniosa combinación de paternalismo y la más saludable defensa de la jerarquía social. Al igual que Borges, también Roquentin habría quedado absorto en esas ilusorias imágenes que nos hacen olvidar nuestro destino de perseguidos, pero Roquentin ya había ojeado el Satirique Bouvillois y no le asombraba que algunos de los retratados "levantara con tanto ímpetu la nariz al aire...¡Admirable poder del arte! De ese hombrecito de voz chillona pasaría a la posteridad un rostro amenazador, un gesto soberbio, y sangrientos ojos de toro".  Roquentin también sabía, "por haber contemplado mucho tiempo en la biblioteca del Escorial cierto retrato de Felipe II, que cuando se mira a la cara un rostro resplandeciente de derecho, al cabo de un momento ese brillo se apaga y queda un residuo ceniciento...Parrottin ofrecía una hermosa resistencia. Pero de golpe se apagó su mirada; el cuadro se empañó....Los empleados de la S. A. B. nunca las habían sospechado; no se demoraban demasiado en el despacho de Parrottin. Al entrar encontraban esa terrible mirada como un muro. Detrás, estaban a cubierto las mejillas, blancas y blandas. Bajo el pincel de quienes pintaron sus retratos se había perdido la misteriosa debilidad de sus rostros humanos".  Podemos decir lo mismo que Clarice Lispector al ver algunas fotografías suyas de joven: "Al mirar el retrato veía el misterio". Roquentin salió del salón Bordurin-Renaudas y abandonó la escritura de su libro sobre Rollebon.

domingo, 24 de marzo de 2024

"Walden", H. D. Thoreau

 Henry David Thoreau es un inconformista roussoniano que no solo acusó a quienes contaminaban los ríos del paraíso, sino que también se negó a pagar impuestos en protesta contra la esclavitud y contra la invasión de México por parte de los Estados Unidos. En tales circunstancias es razonable que sus dos libros más conocidos sean Desobediencia Civil Walden. En este último nos narra su vida solitaria durante algo más de dos años en plena naturaleza y se le nota que ha vuelto feliz y orgulloso de sí mismo. Según el propio Thoreau, la razón por la que abandonó los bosques fue la misma que lo había llevado a ellos: "Tal vez me pareciera que tenía más vidas que vivir y no podía dedicarle más tiempo a aquella". Thoreau, al igual que Whitman, cree que los aspectos esenciales de la vida se encuentran en la naturaleza y que los seres humanos forman parte de ella. También es posible que la necesidad que ambos tenían de vivir en lugares no habitados se deba a que "aún no han sido un campo de batalla" (Wislawa Szymbroskaya). Thoreau nos relata los mismos cuentos terrestres de animales y de plantas que Miguel Hernández contaba a Neruda. Además, como ambos poetas, Thoreau también demuestra ser un adelantado a su tiempo cuando en el capítulo primero de Walden escribe que es "duro tener un supervisor sureño y peor tener uno norteño, pero lo peor de todo es que seáis vuestros propios negreros". Más adelante, podemos leer que "Las miríadas que construyeron las pirámides que serían la tumba de los faraones eran alimentadas con ajo y es posible que no fueran decentemente enterradas". Thoreau sabe que mientras algunos han sido elevados por encima de las bestias, otros han sido degradados por debajo de ellas, en ambos casos de forma injusta. Thoreau también afirma "que la mayor parte de lo que mis vecinos llaman bueno es malo y, si me arrepiento de algo, probablemente sea de mi buena conducta". En mi caso, esa buena conducta que me causa remordimiento es precisamente la de haber perdido tantos años en un empleo que detestaba.

 Ya no se trabaja, sino que se tienen empleos y la empleabilidad es propia de los instrumentos. Nos convertimos en utensilios durante más tiempo del necesario porque la minoría que se apropia del tiempo y la libertad de la mayoría nos inculca la idea de que perder la vida con cualquier empleo es un virtuoso deber al que ellos han renunciado. Es evidente que si se trabajara menos horas habría más puestos de trabajo para quienes quieren ocuparlos. Otra cosa será que nuestras actividades en el nuevo tiempo libre dejen de ser tan pueriles como ahora que el látigo y la fusta han dejado de ser necesarios para dejar claro quien manda. Para evitar que la propia tecnología que crea las condiciones para la emancipación de nuestra inteligencia acabe convirtiéndose en instrumento de dominación tendrían que cambiar y que asimilarse muchas cosas que desde el comienzo de la era de los grandes charlatanes no podemos ya ni imaginar. Thoreau evoca los tiempos en que había filósofos en lugar de profesores de filosofía y lo admirable que era vivirla con sencillez, independencia y magnanimidad. Cerramos el libro, volvemos a mirar la fecha en que fue escrito y pensamos que para bien y para mal esos tiempos no volverán. Desde que el mundo quedó en manos de políticos insensatos y comisionistas que tanto en un campo de trigo como en un campo de batalla solo ven negocio han caído muchos puentes. Duchamp lo vio en la estética y planteó como pocos la necesidad de volver a preguntarnos por lo que es el arte, pero ya era tarde y tanto él como la pregunta se explotaron como forma insustancial. España no es el único país en el que se entregan demasiadas cartas de hidalguía fomentando la estupidez y los resultados no podían ser mejores a nivel global: exhaustos, descubrimos que en la era de la información, los espejismos y las falsas certezas son más numerosos que nunca. A la larga, "los hombres sólo dan en el blanco al que apuntan. Por tanto, aunque fallen de inmediato, harían mejor en apuntar a algo elevado" (Walden, H. D. Thoreau).

viernes, 22 de marzo de 2024

Dilthey y el historicismo

 El historicismo surgió a finales del siglo XIX en oposición a la filosofía de Hegel, especialmente frente a su visión de la historia como desarrollo de la razón. El sujeto de la filosofía es un sujeto histórico y no un sujeto transcendental,  pero para Dilthey y su "filosofía de la vida", todo "comprender entraña algo irracional, como lo es la vida misma...la vida no puede ser citada ante el foro de la razón" (Dilthey). El historicismo admite el determinismo positivista en la naturaleza, pero no en las ciencias del espíritu, ciencias sociales cuyos procesos dependerían de las distintas condiciones históricas. De este modo, tanto el ser humano como sus producciones tienen carácter histórico y ni tan siquiera los valores que se presumen universales serían válidos para todas las naciones. Un ejemplo actual de atribución de contenido histórico a la justica nos lo ofrece el filósofo político liberal Michael Walzer.
 Es verdad que el tiempo vive y yace en las cosas igual que en los rostros, pero sus leyes fluyen profundas. La interpretación diltheyana se limita a repetir la vivencia psicológica pasada desde la intención, ignorando la estructura social y el porqué de las obras de arte. Allí hay un arado, aquí una espada y en Grecia la primera desavenencia estética. Su mundo es el del ornato y los espejos, pero no basta con mirar nuestra locura. Tanto el historicismo como Dilthey anteponen la conciencia, el individualismo y las distintas interpretaciones subjetivas a cualquier tipo de  norma reguladora del proceso histórico. Según Adorno, Dilthey trata de "hipostatizar ontológicamente un conjunto de hechos históricos que abarcaría la totalidad en tanto que sentido o estructura fundamental de una época". Su preocupación por crear modelos históricos por épocas habría tomado la historia del espíritu y los estilos de pensamiento por la realidad material de la que surgen, es decir, habría confundido lo que es la experiencia en una sociedad antagónica con un esquema mental meramente ideado. Lukács va más allá cuando afirma que no es casualidad que semejante relativismo coincida con el momento en que la burguesía se ha vuelto reaccionaria frente al movimiento obrero que había impulsado el materialismo histórico, por lo que el escepticismo historicista carece del contenido progresista que este pudo haber tenido en la Antigüedad e incluso en las teorías de Montaigne.

martes, 19 de marzo de 2024

Ser y tiempo, de Heidegger

"El tiempo está desquiciado / ¡Oh suerte maldita!, que haya nacido yo para ponerle juicio/ ... Ser o no ser, esa es la cuestión. ¿Cuál es más digna acción del ánimo, sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta, u oponer los brazos a este torrente de calamidades, y darlas fin con atrevida resistencia?". Hamlet, Shakespeare.
 Ser o no ser expresa una contingencia en el sentido de que nada existe de forma necesaria y bien podría no ser o no haber sido. Según Heidegger, la pregunta por el ser que aún había inspirado a Platón y Aristóteles se habría sustituido  tras su muerte por la metafísica hasta el punto de que la historia de la filosofía no habría sido otra cosa que historia de la metafísica. Lo que se propone Heidegger con Ser y tiempo no es ni más ni menos que recuperar la ontología, es decir, desandar ese camino y retomar la reflexión acerca del ser y nuestra propia existencia. La ontología trata del Ser con mayúscula, eso de lo que los entes o existentes (ámbito óntico) toman su particular ser. Además, se trata de un ser general, no reducido al ser humano. A todo ello es a lo que se refiere Heidegger cuando afirma que el problema central de Ser y tiempo es una ontología fundamental del Dasein, es decir, del ser ahí que somos nosotros. Es evidente que el Ser de la ontología solo se manifiesta en nuestra experiencia a través de los entes y de ahí que Heidegger recurra a la fenomenología como método de investigación. La caída del hombre consiste en el olvido del ser y en solo prestar atención al ente, de modo que el ser humano estaría ignorando su propia esencia como algo independiente de la naturaleza o del contexto social en que se encuentra.  Por motivos distintos a los de Althusser, Heidegger se opone al  humanismo entendido como una elaboración metafísica que nos aleja del conocimiento del ser mismo. El humanismo de Heidegger también se encontraría en las antípodas del humanismo activo que, según Horkheimer "no puede existir como mera confesión de sí mismo».
 Según Heidegger, todo los seres menos el Dasein tienen existencia. Lo que el Dasein tiene es ek-sistencia: el ser humano no es ni deviene ser humano si no es desbordándose a sí mismo en cada momento. Nuestro ser es para Heidegger un poder ser, una cuestión de tiempo, un proceso que se inicia con el nacimiento y acaba con la muerte. Comenzamos a morir desde que nacemos y aspiramos muerte continuamente. En el abismo de cada mirada vemos a diario el sinsentido de la vida y ni el ofrecimiento de primicias a los dioses ni las libaciones cambiarán nuestro destino. Como Tetis nos seguimos preguntando como es posible que el mismo dios que deleitó su corazón haya asesinado a su hijo, por más que Platón se encolerice con los poetas que dicen tales cosas de los dioses y exija que no se le facilite un coro. Desde Homero se nos recuerda la fatalidad, pero pese a los golpes del dolor acabamos acostumbrándonos a la vida y decidimos ignorarla. Es en esa inútil huida donde se forman las sectas dementes y la existencia inauténtica del Dasein, ser para la muerte tan inmerso en las evasiones de la sociedad de masas y tan evaporado en la vida inmediata que solo piensa y hace lo que “se dice” y “se hace” (Man) en el mercado de la opinión pública. Sin más estímulo que el comercio nos obcecamos desenfrenadamente en consumar la función que nos han asignado, despreciando que, “a fin de cuentas, solo queda la muerte” (Michel Houellebecq) También Sartre cree que tendemos a contar nuestra vida más que a vivirla, priorizando ese relato a la propia vivencia. Kavafis lo dice de forma poética: “No hallarás otra tierra ni otro mar...la vida que aquí perdiste / la has destruido en toda la tierra”. De una forma o de otra, hasta aquí podríamos estar de acuerdo casi todos: la vida es una broma de mal gusto, pero no hay nada más urgente que la necesidad de vivir. Para Karel Kosìk, a la gente se le priva de lo esencial; Bauman opina que la muerte identifica la verdad con el absurdo; Byung-Chul Han escribe que el capitalismo aleja el pánico a la muerte mediante la ilusión de un incesante proceso de acumulación y según Camus, el hombre rebelde se forma en la contemplación de ese despeñadero. Adorno no prestó especial atención al tema de la muerte, pero entiende la estética no como mera o placentera contemplación, sino como estremecimiento que nos advierte de nuestra propia finitud.
 Para Gramsci, el tiempo es sinónimo de vida y la modernidad una forma de vivir sin ilusiones. Pero tanto él como el conjunto de la tradición marxista, interpretan la vida como una categoría social en lugar de existencial. Según ellos, es posible acabar con la tragedia vital de los individuos mediante un cambio en la sociedad. Por contra, para Heidegger no hay liberación posible porque la banalidad cotidiana no se debe a las condiciones de vida en la sociedad capitalista, sino a una ahistórica contradicción existencial de carácter “ontológico”, es decir, que forma parte de nuestro ser. De este modo, aunque desprovista de su contenido teológico, Heidegger retoma la filosofía de Kierkegaard, precursor del existencialismo individualista para el que la vida no tiene sentido, el ser humano es incognoscible y el arte es un ámbito exclusivamente irracional y subjetivo. De ser así las cosas sería inútil esforzarnos en construir una organización social racional.
La negación por parte de Heidegger de la superación de la angustia mediante la transformación de la sociedad presume una visión metafísica del ser puro en la que debíamos haber visto venir su posterior adhesión al nazismo. Heidegger no propone ni tan siquiera una ética. Su rechazo a la dialéctica y la facticidad condenan toda praxis a sucumbir frente a la alienación, es decir, frente al nihilismo y la evasión de una existencia absurda que él mismo aparenta criticar. Al igual que Marcuse, Heidegger también critica la imposición de la lógica tecnológica en todos los ámbitos de la vida, pero no lo hace en nombre del desarrollo humano, sino para someterlo a un sistema contrario a sus auténticos intereses y a lo que- en referencia velada a Heidegger- el autor de El hombre unidimensional llamó tecnocracia terrorista.  
El hombre tiende a contar su vida más que a vivirla. Lo ve todo a través de lo que cuenta, y pretende vivir su vida como si fuese una historia. Pero hemos de elegir entre vivir nuestra vida o contarla". Jean-Paul Sartre