martes, 23 de abril de 2024

Mitos

 En El caminante, Herman Hesse hace un apasionado llamamiento a los lectores para que evitemos la tentación de idealizar a los poetas y artistas en general. Según Hesse, al soldado que ellos representan con pose heroica le estaban temblando las entrañas tanto como a cualquiera de nosotros. Es así como Hesse nos recuerda que no somos sabios, iluminados, ni griegos armoniosos, que la contradicción mueve el mundo y que nuestra vida es, como dijo Henning Mankell, una frágil rama que se mece sobre un abismo. "¡Acéptalo todo, no te aflijas por nada!...¡Dios mío, qué siniestro y fanfarrón es el hombre, sobre todo el artista, sobre todo el poeta, sobre todo yo!". Tampoco el propio Bach fue en su vida personal ese dechado de virtudes inventado por cierta mitología a partir de su extraordinaria obra. Mucho menos el emperador Marco Aurelio, cuyas frases manipuladas y fuera de contexto causan furor en las redes sociales. 
 Toda idealización está al servicio del poder y uno de sus símbolos actuales es el creativo. El creativo es el héroe cultural de lo que M. Sandel llama triunfalismo de mercado, ideología que en su opinión habría decaído con la crisis financiera, si bien la realidad confirma que nada nuevo ha ocupado su lugar y todo sigue en venta. El creativo se mantiene como el ejemplo a seguir porque solo de él florecen las ideas que impulsan la innovación de todo...menos de la precarización laboral. A este respecto, Oli Mould ha señalado la contradicción que existe entre el modelo individualista y los constantes llamamientos a la implicación en el trabajo en equipo. 
 La actual mitologización no se debe a un déficit de la razón como ocurría en el pasado, sino al uso fraudulento de la misma. Siempre ha sido más fácil identificarse con una imagen o corear una consigna que desarrollarlas, pero la actual tecnocracia y la cultura audiovisual han espesado la función simbólica del mito hasta hacer que la forma se imponga al contenido, ya se trate de cuidar más el aspecto físico que la formación cultural o de revestir las viejas teorías de la economía política con esa retórica progresista de la que Obama fue uno de sus profetas. El anterior horizonte de verdad y de emancipación ha desaparecido porque ni la una ni la otra se someten al imperativo de la rentabilidad. El capitalismo se presenta como algo que surge de forma espontánea en cualquier sociedad. De él solo vemos los centros comerciales, es decir, su fase de intercambio, entendida como punto de encuentro entre individuos iguales, libres, racionales e informados. La unidad de positivismo y meritocracia legitima la injusticia social en la medida en que resulta de un mercado aparentemente neutral que determina la selección social en función del precio justo de cada persona. La posibilidades reales de competir y de elegir o la existencia de bienes que no se ajusten a él son temas marginales.

El blanco de las letrinas

Para Batjin, la  Estética no es ninguna ciencia de lo bello, sino la ciencia de la cognición artística de la realidad. Harrry Levin no se anda con rodeos cuando afirma que la épica, el romance y la novela representan los tres sucesivos modelos de vida: militar, cortesano y mercantil. La irrupción del escritor como protagonista de su propia obra durante el romanticismo; la distinción entre novela realista y naturalista que establece Lukács a partir de 1848; la adopción del monólogo interior por parte de las vanguardias de finales del siglo XIX o la distorsión expresionista de la realidad van más allá del gusto y las formas. Sorprende que un intelectual como Hegel creyese que el arte se hizo problemático cuando, según él la sociedad había dejado de serlo. Su idealización del presente le impidió comprender el alma de los hechos (Juan Carlos Onetti) de la misma manera que la simple reproducción de las apariencias es incapaz de traspasar los elementos decorativos. Este es el caso de Agamenón cuando trata de ennoblecer como obediencia religiosa lo que no es más que impiedad y ambición ocultas. La ideología burguesa de Thomas Mann no le impidió reconocer que si durante el siglo XIX hubo países en los que lo social no fue musical ni capaz de generar arte no fue  culpa de las musas. 
 
  Quién devuelve a la letrina  
  el color inmaculado   
            Lêdo Ivo

Por el dolor a la sabiduría (Agamenón, Esquilo)

Esquilo recurre a la mitología para expresar algo nuevo: la forma dialéctica en la que los seres humanos van a interpretar a partir de entonces su vida personal y social como una realidad en constante perfeccionamiento. Si decimos que la vida es un viaje del engaño al desengaño es porque previamente hemos sido engañados. Por contra, para Esquilo, el dolor no conduce al desengaño, sino a la sabiduría, pero tanto el dolor como la sabiduría de Agamenón se plantean de forma polémica y abierta a la interpretación de un público cuya madurez cultural resulta tan sorprendente como el hecho de que este tipo de obras expuestas a múltiples apreciaciones hayan sido promovidas por el poder.  
 En el mundo griego la vida individual es inseparable de la sociedad del mismo modo que la tragedia también lo es de la democracia. José Hierro nos ofrece otra visión más íntima del dolor cuando escribe que Por el dolor llegué a la alegría. Los funerales de los héroes de Hierro  tienen lugar en D’Agostino Funeral Home entre flores artificiales, cirios eléctricos y sin presencia de las musas. Pese a estas diferencias, ni en el caso griego ni en el de Hierro cabe hablar de oxímoron, sino de dialéctica. Tampoco de melodía, sino de armonía y contrapunto. Hierro nos recuerda que fondo y forma son inseparables en poesía, aunque cada fondo tiene una forma adecuada que le impide caer en la retóricaDescubrir que nos han despreciado es triste, pero también nos permite reconocer la verdadera bondad donde quiera que se encuentre, incluso en nuestro interior. Me celebro y me canto a mi mismo, escribe Whitman. La soledad, en que hemos abierto los ojos (Vicente Aleixandre) y la generosidad que hemos derrochado en plena fiebre del oro no debe afligirnos, sino dorar nuestra autoestima con el misterioso sol que a partir de entonces amanecerá en el reino triste (José Hierro).
Machado nos dice que la sensibilidad y las palabras por sí solas pueden no ser suficientes para saltar la tapia del corral. Es más, apenas si podemos ya hablar de amor sin sentirnos imbéciles y sin siquiera sentir nostalgia de los cuerpos. Para no convertirnos en un solitario que avanza sin camino ni espejo es necesario que alguien nos oriente en el difícil oficio de interpretar el presente y repensar el pasado, sobre todo porque nada se repite de la misma manera. Según Gramsci, "la historia enseña, pero no tiene alumnos". La experiencia por sí misma y por traumática que sea no siempre nos hace comprender de manera inmediata. En ocasiones es necesario que alguien nos lleve a nosotros mismos como hace Goethe en el Wilhelm Meister. Por él sabremos que el educador no debe preservar del error, sino orientar al errado una vez que este se haya saciado de su equívoco. La poesía de Gil de Biedman también nos muestra que no hay peor pasado que el que nunca existió y que debemos revisar el nombre que le hemos dado a las cosas. Pocos como él nos explicarán lo que eran aquellos verbos irregulares del colegio y la infancia.
Para la dialéctica, la contradicción es el motor del mundo y según una teoría de Burckhardt, lo que un día fueron alegrías y tristezas se convertirán en conocimiento, pero para obrar ese prodigio necesitamos que Miguel Hernández nos muestre el dolor y la satisfacción que tejen la malla de un mismo verso.
La dialéctica que la música mantiene con el lenguaje denotativo la hace más vulnerable a las enfermedades ideológicas. Dos de los casos mas conocidos son las partituras de Dimitri Shostakovich y Sergéi Prokófiev, artistas soviéticos de los que casi todo lo que damos por cierto es falso, no porque las siniestras autoridades de la antigua URSS hayan ocultado la verdad, sino porque nos hemos tragado toda la propaganda anticomunista que se sirvió durante la ya lejana Guerra Fría , en lugar de escuchar en sus obras lo paradójico que hay en la felicidad y la fragancia que de esta queda en la tristeza. A estas alturas todo el mundo sabe que las supuestas memorias de Shostakovich publicadas por Volvkov son falsas, pero todavía se siguen difundiendo sin rubor en libros y emisoras públicas de radio. No nos vendría mal prestar atención a su extraordinario cuarteto n.º 8 Op. 110, obra compuesta en 1960 y cuya dedicatoria no podía ser más elocuente: “A la memoria de las víctimas del fascismo y de la guerra”. Tampoco la Cantata para el veinte aniversario de la revolución de octubre, de Prokofiev fue una obra compuesta al dictado, sobre todo si tenemos en cuenta la mala acogida que tuvo entre las autoridades estalinistas que la acusaron de confundir las palabras de Marx y Engels con una música incomprensible. Pese a lo esfuerzos de Prokofiev, la cantata solo se pudo interpretar en 1966, casi treinta años después de su composición y diecisiete después del fallecimiento del compositor y de Stalin. Susan Neiman detecta esta persistencia de residuos de la Guerra Fría en la propia izquierda que ahora prefiere llamarse “progresista”.

El artesano intelectual no pretencioso

 Cuando Nietzsche decía que la vida sin música sería un error se estaba refiriendo al arte y la cultura en general. Para que esta afirmación tenga sentido debe tratarse de un arte y una cultura que no se reduzcan al ornato y a la mera adquisición de conocimiento. Tampoco sirve un sentimiento que no trasciende del yo aislado (Machado) como hacían algunos simbolistas. Según Marcuse, todo lo que socialmente “cuenta como utopía, la fantasía, y la rebelión en el mundo de los hechos se permite en el arte. Allí, la cultura afirmativa ha desplegado las verdades olvidadas sobre las que triunfa el realismo”. Nuestro deber es el mismo que el de la filosofía: concretar en el mundo esa “ilusión que pone ante la vista otra realidad” (Marcuse), de la misma manera que el marxismo aspira a realizar los ideales burgueses.
  Rosa Luxemburgo lleva razón doblemente cuando afirma que quien no reciba aliento vital de la lectura de Tolstoi, tampoco lo va a recibir de comentario alguno. En primer lugar porque el arte habla por sí mismo: la música debe ser escuchada, los cuadros vistos y los libros leídos. En segundo lugar porque como escribe Adorno, ni el propio artista tiene la "obligación de entender su propia obra”. Tampoco basta con acceder a los bienes culturales, sino que es necesario reflexionar sobre sus propuestas, de ahí que Juan de Mairena animase a sus alumnos a soltar los complejos intelectuales y artísticos: “A vosotros no os importe pensar lo que habéis leído ochenta veces y oído quinientas, porque no es lo mismo pensar que haber leído”. Debemos interpretar la obra de arte por nosotros mismos e incluso enriquecerla con la misma espontaneidad con la que cantan y hacen música los componentes del Trío d'amateurs, pintado por Daumier, pero no siempre es fácil quitarle a la historia la peluca que le ponen ciertos inspirados y especialistas del entendimiento.
 En La estética de la resistencia, Peter Weiss narra las distintas apreciaciones que expertos y obreros hacen del Altar de Pérgamo: mientras que los primeros destacan la armonía, los segundos reconocen el sufrimiento que expresan sus protagonistas. Dar excesiva importancia en materia artística a la palabra de los expertos y jueces propietarios exclusivos de la llanura de Alétheia en detrimento de nuestra propia experiencia limita la percepción del arte en beneficio de interpretaciones discutibles. Este es el caso del cuadro Palas y el centauro, de Botticelli, obra de la que los expertos hacen interpretaciones tan diferentes como el triunfo de la cultura frente a la barbarie, la derrota de la carnalidad ante la castidad o la más prosaica exaltación de las virtudes políticas de Lorenzo de Medici. El pragmático mercado de artículos de lujo oculto tras la retórica pseudo estética del arte contemporáneo a cuya palabrería, falta de sentido crítico e incluso de mediación teórica nos hemos terminado acostumbrando no es más que otra forma de encantamiento del mundo. Es razonable que ante semejante panorama Charles Wright Mills nos pidiera en su Imaginación sociológica que buscásemos “la rehabilitación del artesano intelectual no pretencioso”. 

Adagio lamentoso

 Es posible que la música sea la más antigua de todas las lenguas, de ahí que para distinguirla del ruido de los manicomios solo se necesite un poco de sensibilidad y de atención; pero no todo vale. Según Adorno, el oscurecimiento de la crítica y de la razón propician el culto a la pasión en cuyo reino se abren paso las tendencias violentas y represivas de la sociedad. La aconceptualidad de la música permite a los oyentes reducirse a meros seres "sentientes" que asocian a ella "cualquier cosa que se le ocurra" o lo que es peor: que se le ocurra a la industria cultural. Tchaikovsky ha sido una de las principales víctimas de la cultura de masas; sin embargo, el último movimiento de su sinfonía "Patética" se resiste a claudicar, aunque a costa de otras leyendas menos edulcoradas, pero que también se acaban imponiendo a la propia música. En este caso, la decisión de Tchaikovsky de romper con la tradición beethoveniana de  un final feliz dio lugar a un conjunto de teorías esotéricas y códigos ocultos surgidos a raíz del sufrimiento que al compositor le ocasionaba el apasionado amor carnal que sentía por su sobrino. 

Porque conozco el día que me espera, / y no por el placer. Jaime Gil de Biedma

Lo terrible no es la muerte, sino las vidas que la gente vive o no vive hasta su muerte. No hacen honor a sus vidas, les mean encima. Las cagan. Estúpidos gilipollas. Se concentran demasiado en follar, ir al cine, el dinero, la familia, follar...Muy pronto se olvidan de cómo pensar, dejan que otros piensen por ellos...Ponles la gran música de los siglos y no la oyen. Charles Bukowski 
 No se puede descuidar la vida hasta el extremo de dejarla pasar sin descubrir la melodía y el contrapunto que llevamos dentro. Para lograrlo, lo primero es escuchar la claridad con que Beethoven expresa el anhelo y la angustia humana en sus últimos cuartetos. El tema de la presencia de la muerte en cada instante de vida ya lo habían tratado otros compositores, pero de forma sucesiva, no dialécticamente como lo hace Beethoven. Herman Hesse distingue entre el ermitaño que se ha aislado "a causa de una debilidad" y los grandes solitarios como Beethoven o Nietzsche que buscan seguir su propia ley sobreviviendo a las tormentas. 
 El Superhombre de Pessoa es lo opuesto al de Nietzsche. El autor de el Libro del desasosiego decía que la vida había sido siempre penosa para él y que para evitar el contacto se había aislado; sin embargo, al aislarse había exacerbado su ya excesiva sensibilidad. El piano mal tocado del piso de enfrente le traía más buenas tristezas. Para él, la música era Aquello que viene a buscar el llanto inmanente de toda criatura humana / Aquello que viene a torturar la calma con el deseo de una calma mejor...  
Pessoa se ganaba la vida escribiendo asientos contables en un libro auxiliar de caja dentro de una oficina estrecha, cuyas ventanas mal lavadas daban a una calle sin alegría. Al terminar su jornada, con la tristeza del poeta que pensaba que nunca llegaría a ser, regresaba a su cuarto piso de un edificio con almacenes abajo. “Si pudiera ir a cualquier lugar que no sea aquí”, suspiraba. Charles Bukowski destaca el coraje de quienes como Pessoa se levantan de la cama para enfrentar las mismas cosas una y otra vez: "...conozco el día que me espera, / y no por el placer", escribe Jaime Gil de Biedma. Pero quien ha hablado con más ternura de nuestras vidas malogradas ha sido Mario Benedetti. 

 pero el cielo de veras que no es este de ahora
 ese cielo de cuando me jubile
 habrá llegado demasiado tarde

Génesis de la estupidez

 Kant afirmó que el ser humano solo es lo que de él hace la educación. Ignoramos lo que no hemos aprendido, por eso aprender es la única forma de recuperar el tiempo perdido. Para profundizar en nuestro propio ser necesitamos salir de nosotros mismos, pero pinturas como Lo studio, de Antonio Mancini o La joven del escritorio, de Petrov-Vodkin nos recuerdan que el aprendizaje es un duro proceso condicionado socialmente que requiere tanta constancia como cultivar la tierra. Platón escribió en el Hipias que lo bello es difícil y Hesíodo lo expresó con todo detalle cuando en los albores de la razón decidió ocuparse de quienes trabajan y no solo de los dioses que hasta entonces habían guiado el mundo humano. La paideía está en el centro de los milagros. 
 Todos decimos que “nadie nace sabiendo”, pero no siempre extraemos las conclusiones adecuadas. Por un lado están los desheredados de la cultura que carecen del tiempo y las aptitudes necesarias para detenerse ante miradas como la del Viejo en traje militar (1631), de Rembrandt. Por otro, los perezosos que viven sin sorprenderse de cuanto les rodea. Adorno también se ocupó de quienes cada vez que se abren al mundo acaban golpeados y su cicatriz puede ser tanto la llave de un carácter duro como la génesis de la estupidez.  Pero los más peligros son los napoleones con sombrero de papel que embriagados por sus aires doctorales olvidan la deuda que mantienen con los demás y que, pese a su privilegiado punto de partida, también ellos tuvieron que empezar por el principio como lo hicieron aquellos de los que aprendieron. No dejes, pues, sin destilar tu savia, nos recomienda Shakespeare. 
 Según Ennio “el que, amable, al desorientado el camino le muestra,/de su luz como si otra encendiera paréceme que hace:/que le sigue luciendo no menos, después de encendida”. Platón comprendió que el conocimiento desprovisto de la justicia merece el nombre de astucia, más que el de sabiduría, pero quienes se reservan la erudición prefieren mantener a los otros en la oscuridad antes que lucir más su propia luz. Podrán saber, pero no comprendieron nada de lo aprendido. Según B.J. Feijoo, también suele ocurrir “que uno sepa de memoria todas las obras de santo Tomás y sea corto teólogo; que sepa del mismo modo los derechos civil y canónico, y sea muy mal jurista”. Desde la antigua Grecia hasta finales del gótico o el rococó, la sobrecarga ornamental es sinónimo de agotamiento intelectual. Por contra, el verdadero intelectual es quien ofrece su voz a los silenciados de la manera más humilde posible. Como escribió Francisco de Quevedo:  

 Si chapitel, ¿qué haces acá abajo?
 Si de diciplinante mal contrito 
 eres el cucurucho y el delito, 
 llámente los cipreses arrendajo

El obstáculo ocasional

 Fernando Pessoa veían en el patrón Vasques el "obstáculo ocasional" que le impedía ser el dueño de sus horas, pero el sagrado transeúnte de Lisboa no tenía más sentimiento político o social que su patriotismo, entendido este no como amor a la nación, sino a la lengua portuguesa. Pessoa escribe que su único odio iba dirigido a la página mal escrita, a la sintaxis equivocada y "a la ortografía sin ípsilón"; sin embargo, según su propio relato, un día se encontró con una manifestación de obreros que sin saber lo que reclamaban le parecieron estúpidos. Al verlos sintió náuseas: porque “¡ni siquiera estaban suficientemente sucios!...corrían como basura”. 
 Pessoa siente que entre él y la vida siempre hubo un cristal, dice haber sido el devaneo de lo que quiso ser y que su vida es lo contrario a lo que deseó: "nunca he sido sino un vestigio y un simulacro de mí. Mi pasado es todo cuanto no he conseguido ser". En su Libro del desasosiego duda si era excesiva su sensibilidad para su inteligencia o su inteligencia para su sensibilidad y afirma que no ha representado nada, sino que le han representado. Sin embargo, se resigna y nunca se plantea que el problema pudiera ser social o político. Pessoa sabía escuchar el viento de la misma manera que Homero, pero tampoco le interesaba la sensualidad real ni lloraba por nada que trajera o se llevara la vida. Para él, en la palabra está contenido todo, pero, a diferencia de María Zambrano, el inclasificable creador de escritores estaba "seguro de que, en un mundo civilizado perfecto, no habría otro arte que la prosa". En él no solo faltaría la poesía, sino también la música, la pintura, la escultura y esas otras artes menores como la danza o la declamación. Es posible que Pessoa estuviese pensando en frases tan fértiles como las que unas décadas más tarde Marguerite Yourcenar y Gabriel García Márquez pusieron en boca de Adriano y de José Arcadio Buendía, respectivamente:

- “Una mujer cuya belleza algo fría me hubiera seducido, de no haber decidido simplificar mi vida reduciéndola a lo que para mí era esencial, tañó un arpa triangular de triste sonido (Memorias de Adriano, Marguerite Yourcenar) 

- “ Lo único que logró desenterrar fue una armadura del siglo XV con todas sus partes soldadas por un cascote de óxido, cuyo interior tenía la resonancia hueca de un enorme calabazo lleno de piedras. Cuando José Arcadio Buendía y los cuatro hombres de su expedición lograron desarticular la armadura, encontraron dentro un esqueleto calcificado que llevaba colgado en el cuello un relicario de cobre con un rizo de mujer” (Cien años de soledad, Gabriel García Márquez).

El conocimiento la pasión no quita. (Manuela Reyes. Cante por caracoles, de Antonio Chacón)

 No hay líneas que separen el arte de la realidad, ni la doxa del episteme estético, entre otras cosas porque toda producción artística es una creación del autor y de quien la interpreta. No será fácil que dos personas entiendan de la misma manera La tempestad, de Shakespeare porque ninguna especulación es imparcial ni es ajena a los sentimientos.  La propia palabra filosofía significa amor a la sabiduría, lo que a su vez es también amor a la verdad. Tampoco lo simple surge sin reflexión porque la realidad no coincide con lo contingente, de ahí que la experiencia artística tenga leyes que conviene conocer, aunque sin llegar a confundir la teoría con la ideología reconciliadora que se nos suele proponer. Ser cautos con el arte y no dejarnos llevar no merma el placer estético. Por ejemplo, la contemplación del florentino Salón de los Quinientos no es incompatible con el conocimiento de la función autoglorificadora de su Apoteosis de Cosme I. 
Juan de Mairena pedía a sus alumnos que pusiesen en la materia que labren "el doble cuño" de su inteligencia y su corazón: algo así como el sentimiento del caminante que contempla un mar de nubes en la pintura de Caspar David Friedrich o como esas ruinas rodeadas de niebla que cautivaron a los miembros del Sturm und Drang: Ilustración alemana cuyo gran representante es Werther, de Goethe. Lukács sabe que el lector se detiene ante esta consideración del Sturm und Drang como Ilustración alemana porque la leyenda burguesa ha contrapuesto el sentimiento del primero al entendimiento de la segunda. Sin embargo, según Lukács, a lo que se enfrentaron los ilustrados no fue a la vida afectiva de los seres humanos, sino a las convenciones nobiliarias: "En su modo de dar forma a la pasión amorosa" de quien no es ni plebeyo ni revolucionario porque no puede serlo según las circunstancias de la Alemania de su tiempo, "Goethe ha mostrado la contradicción irresolubl entre el despliegue de la personalidad y la sociedad burguesa" (G. Lukács). Para Lukács, "la tragedia del Werther no es, pues, solo la  tragedia del amor desgraciado", sino también la contradicción del amor burgués que a diferencia del pre-burgués se basa en el amor voluntario, pero deformado por el interés económico.

No sólo se las hurtaban, mas aún a sí mismos las intitulaban. Antonio de Guevara

 Ni todas las biografías de celebridades son como las de Stefan Zweig ni todos los divulgadores son como Carl Sagan, ya sea por la calidad del material objeto de estudio, por el empleo que se haga del mismo o por la atribución de las ideas a su autor sin caer en la tentación de hacerlas propias ocultando o enmascarando su origen. 
 Las citas cuentan con partidarios y detractores. Borges decía que apenas si guardaba recuerdos más allá de los libros que había leído y cuyas citas siempre tenía presentes. Personalmente, una de las mejores sensaciones que conservo de mis primeras lecturas son las referencias bibliográficas que me ofrecieron tanto ellas como las notas a pie de página, por lo que me siento en el deber de dar continuidad a esa generosa tradición. El retórico renacentista Antonio de Guevara (1480-1545) nos recuerda que “el divino Platón, Phalaris el tirano, Séneca el hispano y Cicerón el romano se quexan una y muchas veces que las epístolas que a sus amigos escrebían, no sólo se las hurtaban, mas aún a sí mismos las intitulaban, haciendo se dellas auctores y escriptores”. Por contra, el propio Antonio de Guevara suele citar en sus textos a pensadores clásicos que jamás existieron, personajes imaginarios a los que incluso les atribuye algunas de sus propias ideas. Pero no debemos engañarnos porque este gesto de aparente modestia no es más que una forma de ganar autoridad que fue muy criticada por Erasmo (1466-1536) en su selección de sentencias de Publilio Siro.

Cuando me paro a contemplar mi estado / y a ver los pasos por donde he venido / me espanto de que un hombre tan perdido / a conocer su error haya llegado.  Lope de Vega

La influencia del soneto CCXCVIII de Petrarca en estos versos de Lope de Vega es tan evidente como la que anteriormente ya había ejercido en Garcilaso. Según Ignacio E. Navarrete, el motivo de esta tendencia a la imitación sería una “combinación del dominio político hispano sobre Italia y un sentimiento continuo de inferioridad cultural”. Es posible que lleve razón la poeta danesa Inger Christensen, cuando afirma que todo lo que tenemos nos lo hemos robado los unos a lo otros. En cualquier caso, la citada recreación de dos representantes de nuestro Siglo de Oro tiene fuentes clásicas, pero hay otras ideas que atribuimos a poetas y pensadores célebres que ya fueron dichas antes por gente corriente. “¡Cuánto de Publio debería recitarse calzando el coturno, no sin él!, escribía Séneca. 
 Me sorprende que no todo el mundo escriba y cuando digo que los libros que he escrito no cuentan nada nuevo no lo hago por falsa modestia porque, al igual que Charles Bukowski, puedo asegurar que “yo he sacado algunos poemas horribles, pero no tan horribles como los que he leído en las revistas”. Mis conocimientos solo me permiten ser un mero divulgador o comentarista que trata de interpretar lo que ha aprendido en favor de quienes ocupan el banco inferior de los remeros: los que saben que nunca cumplirán sus sueños y los que se quedaron sin tiempo para volver a la patria de la razón perdida (Lope de Vega).

Ciencia sin seso, locura en exceso

 Todo lo que deberíamos tomarnos en serio se nos sigue presentando envuelto en brumas que solo los libros pueden disipar, pero la luz de la lectura no siempre es suficiente por sí sola para despejar las tinieblas interiores. Según Gracián, "ciencia sin seso, locura en exceso", entre otras cosas porque no es lo mismo erudición que educación. Borges proponer salvar la distancia que las separa mediante una Universidad que ofrezca “conversación, discusión, el arte del acuerdo y, lo que es acaso más importante, el arte del desacuerdo”. 
 Chesterton nos previene de ese mandarinazgo erudito que forman los bibliómanos, no quienes como Borges se rodean de libros porque aman el tiempo que se ha depositado en ellos o saben que entre sus páginas duermen Ismene, el cochero Yona, Pelagia y Maqroll el Gaviero: personajes más auténticos que muchas de las personas con las que nos relacionamos a diario. Los bibliómanos a los que acusa Chesterton, son aquellos que prefieren los libros a todo lo que se relata en ellos: estudian los relatos de acciones sinceras y magnánimas y no se avergüenzan de sus propias vidas taimadas y autocomplacientes. El propio Montaigne reconoce que hubo un tiempo en el que utilizaba los libros como utensilios con los que tapizarse. En España somos muy vulnerables a este mal, pero de nuestras baldías clases altas no cabía esperar ningún Montaigne. Nuestro escaso interés por los libros y la anacrónica censura que hasta la muerte de Franco siguió recayendo sobre ellos hizo de sus lectores seres enigmáticos. La ambigua burguesía española prefirió -y sigue prefiriendo- adornarse mediante condecoraciones o hacer negocios con la aristocracia en lugar de leer y escribir. Por no tener no hemos tenido ni un Monsieur Jourdain, grotesco y vanidoso, pero empeñado en aprender música y filosofía. 

Un poema “es poesía incluso cuando aparenta describir”. Heidegger

 Ni el agua es solo la unión de dos moléculas de hidrógeno y una de oxígeno ni la poesía se puede explicar mediante conceptos. Los versos no son solo palabras y el poeta nos anima a recrear sus coplas, su vino e incluso su resaca. El poeta quiere que sus versos continúen en nosotros, también en los que, pese a no haber nacido con una bonita voz, no nos queremos quedar en tierra. "Para qué habéis aprendido a leer si no sabéis ya interpretar mis poemas", pregunta Walt Whitman.

Ese algo que nos está lastimando


El secreto de la palabra poética no es otro que carecer de secretos para ese algo que nos está lastimando (Charles Bukowski). Al dejarse poseer por su objeto, la poesía saca a la luz pliegues ocultos de nuestras galerías sin fondo (A. Machado) entre cuyos brazos el lector siente que es a él a quien se le está explicando algo en voz baja, muy lentamente, en la intimidad de una habitación (Marguerite Yourcenar). Una búsqueda de lo inabarcable aquí y ahora que pocos entenderán de la misma manera y cuya idea madurará con los años en nuestra memoria como lo hacen estos versos de Karmelo Iribarren.

Esas mañanas de domingo, 
en invierno,
a primera hora: 
las calles recién regadas,
el aire fresco, 
limpio, 
el olor a cruasán de las cafeterías, 
la locura 
de los pájaros 
Como si la vida
te dijese:
mira, aquí me tienes,
vuelve a intentarlo

Tales resquicios de intimidad resultan especialmente hospitalarios para quienes como un aria olvidada se perdieron en una vida irreal, no en la de la mecedora imaginaria donde nos sentamos a recordar junto a un piano que no existe aquellos versos que nunca escribimos; sino en la de quienes huyendo de la autocompasión cayeron en el pozo de la culpabilidad mientras contemplaban a los demás con más indulgencia que a sí mismos. Según Herman Hesse, el "ama a tu prójimo" lo tienen tan hondamente inculcado como el odio a sí mismo. Es posible que a través del lenguaje instrumental hayan tenido noticia de que semejante escisión es una mala manera de gastar la vida, pero la redención necesita de algo indescriptible que solo se puede ver con los ojos del amor. Ni el bueno sabe de su bondad ni la piraña duda de sus actos, por lo que seguirán ciegos hasta que Wislawa Szymborska les elogie esa mala conciencia de sí mismos o aprendan de Sancho que quien yerra y enmienda, a Dios se encomienda. Todos somos pájaros tratando de volar en plena tormenta, pero cada vez son menos los que reconocen sus errores para aprender de ellos 

Como la generación de las hojas

 El ensayo es un género híbrido que sin renunciar a la belleza nos permite conocer conceptualmente. Es así como nos ofrece estructuras inmediatamente disponibles para reconstruir el pasado, comprender el presente y tender puentes hacia el futuro. El problema es que a diferencia de lo que ocurría en la Antigüedad griega, conocimiento y acción se han separado. Hemos asimilado la división social del trabajo hasta tal punto que nos imponemos la más estricta discordancia entre lo que pensamos y lo que hacemos, no sea que, como Don Quijote, acabemos tomándonos en serio a nosotros mismos. Para que las propuestas del ensayo se encarnen y nutran nuestra forma de vivir conviene recurrir a un tipo de literatura que reúna la necesidad de nombrar con el arte de escribir como hizo Homero, es decir, un lenguaje de lo no decible en el que la forma es contenido y este a su vez, un conjunto de constelaciones de ideas y sentimientos, cuya situación entre el concepto y la música se aviene a la humana contradicción. 
 El autor que no deja dicha la última palabra vuelve a enriquecer su contenido, pero Antonio Machado nos advierte de los riesgos a los que se expone su comprensión cabal por culpa de la división del trabajo, incluso a edades tempranas:
 "«Como la generación de las hojas, así también la de los hombres.» Homero habla aquí de la muerte como un gran épico que la ve desde fuera del gran bosque humano. Pensad en que cada uno de vosotros la verá un día desde dentro, y coincidiendo con una de esas hojas. Y, por ahora, nada más. Algunos discípulos de Mairena aprendieron de memoria el verso homérico; otros recordaban también la traducción; no faltó quien hiciese el análisis gramatical y propusiese una versión más exacta o más elegante que la del maestro, ni quien, tomando el hexámetro por las hojas cantase al árbol verde, luego desnudo, al fin vuelto a verdecer. Ninguno parecía recordar el comentario de Mairena al verso homérico; mucho menos, el consejo final".

lunes, 22 de abril de 2024

Sangran

 

 Hay mucha gente que ha perdido la capacidad de leer, atrofia a la que contribuyó Walt Disney cuando decidió sustituir la complejidad de autores como Andersen o clásicos de la literatura universal como PinochoPeter Pan por simplificaciones audiovisuales adaptadas a la ideología capitalista, al negocio y a la difusión de una imagen idílica de la sociedad americana amenazada por personajes siniestros. Quienes no leen renuncian a buscarse a sí mismos en las palabras eternas e incluso a reflexionar acerca de lo que en realidad sienten. Al carecer del instinto con que la naturaleza ha dotado a los animales muestran una extraordinaria resistencia a salir del redil, pero a cambio logran desarrollar una poderosa médula espinal junto a la que pasan felices el resto de su vida. Esta conducta nos hace recordar el viejo principio sintetizado por Bentham, según el cual, la mejor norma jurídica es la que garantiza "la mayor felicidad para el mayor número de personas". La aparente ingenuidad de esta sentencia, su sentido común y los intentos de relacionarla con Aristóteles prescindiendo de las virtudes y de la metafísica ilustran lo que el capitalismo ha hecho de nosotros. Nunca he tenido una vocación específica, pero esta absurda máxima utilitarista despertó mi interés por la Filosofía del Derecho entendida como punto de encuentro de una pluralidad de saberes que nos permiten estudiar la ley desde perspectivas históricas, filosóficas y políticas. No es una materia en la que abunden las verificaciones empíricas que se exigen hoy en día, pero podemos afirmar que sin crítica, todo lo que un día fue emancipador se acaba convirtiendo en dominación: Al principio, incluso la justicia funciona, escribe Wislawa Szymborska. Es lógico que este carácter de campo abierto en tierra de nadie moleste a los positivistas y a los partidarios de establecer fronteras precisas entre disciplinas académicas, por lo que es posible que estos científicos tampoco estén de acuerdo con el poema "Límites" de Juan Gelman.



¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí la sed,
hasta aquí el agua?
¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí el aire,
hasta aquí el fuego?
¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí el amor,
hasta aquí el odio?
¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí el hombre,
hasta aquí no?
Sólo la esperanza tiene las rodillas nítidas.
Sangran.

Está loco, es decir, es normal

 

 "Don Quijote es el símbolo de la crítica a la sociedad burguesa, desde sus formas feudales tardías en torno al 1600 hasta el conformismo por completo manipulado del presente. Es el símbolo ahistórico de un verdadero materialismo histórico. En cada situación está loco, es decir, es normal; en cada encuentro es irracional, es decir, racional". Leo Löwenthal

 El encuentro con nuestros libros de caballería suele ser tardío, pero en su torbellino, ellos mismos nos explican los motivos de dicho retraso. Hasta medio siglo después de su publicación no supe que existía la célebre Dialéctica de la Ilustración (1944), ensayo con el que Theodor Adorno y Max Horkheimer describieron los procesos que dieron lugar a la miseria y la opresión características de la barbarie moderna. Uno de los principales méritos de Dialéctica de la Ilustración consiste en rechazar el actual desplazamiento de la angustia desde la esfera social a la psicológica. Dialéctica de la Ilustración es un poco más difícil de leer que las aventuras del hidalgo manchego, pero los siguientes versos de Gyula Illyés pueden servir para explicar el contenido de esta desencantada y compleja obra:


 Sacrificamos al camello que conocía el camino...

 tuvimos hoy nuestra última comida.

El tiempo de aprender a vivir no ha pasado

 Lo más vendido y lo último en publicarse no suele ser lo mejor ni lo más original. Además, hay instituciones (Museo del Prado, MET...) que ofrecen gratuitamente (y de forma legal) textos digitalizados de mayor calidad que muchas de las novedades editoriales que causan furor incluso entre un público que demanda algo más que marcas. Entre la marea de publicaciones y los caminos que la hierba ha cubierto, el número de libros a nuestro alcance es mayor que el tiempo que podemos dedicar a su lectura, por lo que es necesario seguir algún criterio. El más fiable es recurrir a los clásicos y evitar los puristas del arte por el arte, pero conviene conocer la opinión de quienes como Borges nos ofrecen una selección personal de obras y autores que no siempre aparecen en las listas más difundidas. También la de quienes se detuvieron en esa frase por la que pasamos casi sin mirar, ya sea por tristeza, por las prisas o porque cuestionaba los prejuicios que con la compra del libro queríamos remachar, como el malecón o como el molusco que quiere calcáreamente imitar a la roca (Vicente Aleixandre) o como si el tiempo de aprender a vivir ya hubiese pasado (Louis Aragon). Esta falta de atención suele ocurrir incluso con versos que conocemos de memoria. Por ejemplo, sabemos que al andar se hace camino, pero no siempre recordamos que son caminos sobre la mar.

Segunda o tercera mano

 

Tampoco es fácil encontrar un busines, soft skills o coaching tan diestro en el arte de mover voluntades como el autor de "El Criticón" cuando afirma que "Todos son idólatras: unos de la estimación, otros del interés y los más del deleite. La maña está en conocer estos ídolos". 
La actual falta de originalidad política e intelectual se trata de compensar con reelaboraciones envueltas en una terminología seudocientífica que nunca van más allá de lo superficial. La ocupación permanente y el pueril llamamiento al éxito, a la iniciativa y a la diversión apenas si dejan espacio para conocer las escasas teorías que tratan de explicar lo que en realidad está pasando detrás de las apariencias. Cuando surgen, acertadas o equivocadas, estas ideas solo alcanzan difusión cuando algún personaje mediático se hace eco de ellas, las recrea o se las apropia repitiéndolas mal. Dos de las piezas más codiciadas en la actualidad son las palabras Woke y Tecnofeudalismo. La primera ya había sido utilizada en los EEUU en el contexto de la lucha contra el racismo de los años treinta y que ahora ha adquirido una ambigüedad que Susan Neiman trata de aclarar en su libro “Izquierda no es woke”. La segunda es un término igualmente forzado del que muchos se quieren adueñar añadiendo ligeros retoques semánticos. A todo ello parece referirse Doris Lessing cuando en su libro El cuaderno dorado escribe lo siguiente: "hay libros de crítica de inmensa complejidad y conocimiento que tratan, a veces de segunda o tercera mano, de obras originales: novelas, comedias, historias. La gente que escribe esos libros constituye todo un estrato en universidades de todo el mundo; se trata de un fenómeno internacional, de la capa superior del mundo literario. Sus vidas han sido empleadas en la crítica y para criticar la crítica de los otros críticos. Éstos consideran su actividad más importante que la misma obra original... Muchísima gente contempla este estado de cosas como normal y no como triste y ridículo".



Que el otro se disguste aora que no tú después y sin remedio

Gracias a los libros dejamos de limitarnos a ser modernos (Chesterton) en el sentido de creer que casi todo lo que se nos presenta como rabiosamente actual no había sido dicho antes. No quiero decir que haya que leerlo todo por orden cronológico o alfabético como hace el Autodidacto en la biblioteca de Bouville (La Náusea, Sartre) ni que cualquier cosa que salga de la imprenta sea buena. Uno de los experimentos bibliográficos más chuscos fueron los llamados libros de autoayuda, género que había iniciado Samuel Smiles a mediados del siglo XIX y cuyos argumentos para devolvernos la ilusión resultaban tan desalentadores como prometían algunos de sus títulos (Como dejar de pensar demasiado). Los más atrevidos llegaban a considerar sus ocurrencias extravagantes como planteamientos filosóficos, ignorando que el individualismo que proponían se opone al pensamiento crítico y social propio de la filosofía. Es cierto que recurrían a ideas referidas al arte de ahorrarse disgustos que ya habían dicho Epicuro, Séneca, Don Quijote o Baltasar Gracián, pero sin comprender que los clásicos carecen de traducción literal. De este último conviene retener el siguiente consejo: "En todo acontecimiento, siempre que se encontraren el hazer plazer a otro con el hazerse a sí pesar, es lición de conveniencia que vale más que el otro se disguste aora que no tú después y sin remedio".

Religiosos incendios

Hay libros que salvan vidas y cambian destinos aunque no sepamos explicar los motivos. En ocasiones, entre las líneas de un texto místico descubrimos una sensualidad que apenas si tiene algo en común con lo que en ellos se cuenta expresamente. Es posible que algunos monjes, eremitas o anacoretas no abrazasen la soledad y el silencio como prácticas piadosas o de penitencia a las que, en rigor, ningún voto monástico les obligaba, sino para abandonar la sociedad de forma respetable o para protegerse de pasiones que ni eran correspondidas ni estaban bien vistas. Sus flores se han helado, pero al hacerlo se han hecho eternas y es así como han llegado hasta nosotros. Ni la más estricta vida conventual es capaz de reprimir la voluptas carnis, el deseo prohibido que nos abrasa entre la culpa y la lujuria. La poesía es la lengua común de los misterios y a ella escapa la llama de su cautiverio en forma de religiosos incendios para mantener viva una última esperanza:  mas tú, de lo que callé/inferirás lo que callo.

pues del mismo corazón
los combatientes deseos
son holocausto poluto,
son materiales afectos,
y solamente del alma
en religiosos incendios,
arde sacrificio puro
de adoración y silencio.
 

Sor Juana Inés de la Cruz


miércoles, 10 de abril de 2024

Del Libro de Buen Amor a La Celestina


El Libro de Buen Amor (1330-43), del Arcipreste de Hita nos muestra una desenfadada visión de la sociedad española de su tiempo. Para ello recurre tanto a las tres culturas que coincidieron en la España bajomedieval como a ciertas remisiones, más o menos heterodoxas, a la autoridad de los clásicos, concretamente al naturalismo aristotélico y las teorías amatorias de Ovidio.  El resultado de todo ellos es una imagen  alegre y satírica de la vida popular similar a la que ofrecían la literatura goliardesca o las escenas mundanas que dos siglos más tarde pintará Brueghel. Este carácter jocoso del Libro de Buen Amor contrasta con el espíritu sombrío de buena parte de la producción artística española durante el Renacimiento, precisamente cuando el humanismo y la secularización se abrían paso en Europa. La persecución de la herejía había sido constante desde el siglo XIII, sobre todo en el reino de Aragón, de ahí el carácter moralizante que el Arcipreste trata de imprimir a su libro, así como el desafortunado final de cualquier intento de amor carnal, modalidad amatoria tan alienante como la mística, pero menos duradera. Sin embargo, la ideología teológico-militar de la Reconquista,  la instauración de la Inquisición española en el siglo XV, los esfuerzos de Carlos V  por mantener el Sacro Imperio y la Contrarreforma limitaron el desarrollo del humanismo y condicionaron las cruciales transformaciones que estaban teniendo lugar en la económica y la sociedad como así lo expresa La Celestina, tragicomedia publicada en 1499 por Fernando de Rojas. Represión aparte, las imágenes y los eslóganes impresionan más que las palabras, sobre todo en una sociedad inculta, por lo que la traslación al arte de esta doctrina religiosa y escatológica ejerció una indiscutible función de adoctrinamiento a nivel popular. Menéndez Pelayo destacó la importante función educadora que los valores católicos y nacionales del teatro de Lope de Vega y Calderón tuvieron en la sociedad española, ideología que en su Historia de los heterodoxos españoles trató de revitalizar frente a las amenazas liberales que los ilustrados y afrancesados trataban de introducir en España.
  La Celestina es el libro más importante del Renacimiento en España. Se trata de una obra de difícil clasificación desde el punto de vista literario (drama, novela...) de la que tampoco se sabe si estaba pensada para ser leída en privado o en público, lectura en voz alta a cuya pervivencia contribuían el analfabetismo y el escaso desarrollo de la imprenta. Lo que en La Celestina está fuera de dudas es la caída de los valores morales tradicionales, el ascenso social de una burguesía mercantil mayoritariamente de origen judío y la disolución de los vínculos feudales tanto entre miembros de la nobleza como entre estos y sus sirvientes. El propio personaje que da título a la obra deja claro el poder que la vivienda y el dinero han alcanzado en la nueva cultura urbana cuando afirma que "A tuerto o a derecho, nuestra casa hasta el techo". Pero junto a estos signos de modernidad también se evidencia el control que la Inquisición ejerce sobre la sociedad, de ahí el trágico final al que se ven condenados los personajes, ya sea por su ambición o por sus excesos sexuales. 
 Es verdad que todos los países mantuvieron vínculos con la religión a lo largo del Renacimiento. Francia e Italia también fueron católicas, pero el auge de su burguesía y el desarrollo de la imprenta favorecieron la difusión no solo de nuevas ideas, sino también de formas musicales seculares como el madrigal. Como hemos visto, en España las cosas comenzaron de igual manera que en el conjunto de Europa, pero La Celestina muestra la peculiaridad de su evolución a comienzos del siglo XV, no solo por su contenido, sino también por su recepción por parte del poder social y religioso. No olvidemos que Fernando de Rojas era abogado y judío converso, es decir, formaba parte de una burguesía no especialmente bien vista por el clero y la nobleza tradicional que monopolizaba una producción literaria renacentista no siempre brillante. Este es el caso del Marqués de Santillana, combativo defensor de los privilegios aristocráticos cuyos textos, en verso o en prosa, no solo son anacrónicos, sino que desde el punto de vista estrictamente artístico quedan por debajo de La Celestina. Mejor valoración merece el paño recio de las célebres Coplas de Jorge Manrique, aunque ni su apología del viejo orden pueda considerarse humanista ni las virtudes que atribuye a Rodrigo Manrique sean verdaderas.
 Desde la publicación La Celestina en 1499 fueron muchos los que pidieron a la Inquisición que la censurase, entre ellos el filósofo, teólogo y economista Martín de Azpilcueta e incluso Luis Vives, humanista residente en Lovaina cuya opinión acerca del libro acabó siendo bastante ambigua. Sin embargo, por extraño que parezca, a lo largo del siglo XVI, la Inquisición no censuró la obra y cuando lo hizo en 1623 fue de forma limitada. Pese a todo, lo que en realidad evidencia el arraigo de una ideología retrógrada en los niveles altos de la sociedad española es su insistencia generación tras generación en que La Celestina fuera censurada en su integridad, objetivo que al fin lograron a las puertas del siglo XIX, no siendo hasta 1822 cuando la obra volvió a salir de la imprenta en su forma original.