martes, 19 de marzo de 2024

Ser y tiempo, de Heidegger

"El tiempo está desquiciado / ¡Oh suerte maldita!, que haya nacido yo para ponerle juicio/ ... Ser o no ser, esa es la cuestión. ¿Cuál es más digna acción del ánimo, sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta, u oponer los brazos a este torrente de calamidades, y darlas fin con atrevida resistencia?". Hamlet, Shakespeare.
 Ser o no ser expresa una contingencia en el sentido de que nada existe de forma necesaria y bien podría no ser o no haber sido. Según Heidegger, la pregunta por el ser que aún había inspirado a Platón y Aristóteles se habría sustituido  tras su muerte por la metafísica hasta el punto de que la historia de la filosofía no habría sido otra cosa que historia de la metafísica. Lo que se propone Heidegger con Ser y tiempo no es ni más ni menos que recuperar la ontología, es decir, desandar ese camino y retomar la reflexión acerca del ser y nuestra propia existencia. La ontología trata del Ser con mayúscula, eso de lo que los entes o existentes (ámbito óntico) toman su particular ser. Además, se trata de un ser general, no reducido al ser humano. A todo ello es a lo que se refiere Heidegger cuando afirma que el problema central de Ser y tiempo es una ontología fundamental del Dasein, es decir, del ser ahí que somos nosotros. Es evidente que el Ser de la ontología solo se manifiesta en nuestra experiencia a través de los entes y de ahí que Heidegger recurra a la fenomenología como método de investigación. La caída del hombre consiste en el olvido del ser y en solo prestar atención al ente, de modo que el ser humano estaría ignorando su propia esencia como algo independiente de la naturaleza o del contexto social en que se encuentra.  Por motivos distintos a los de Althusser, Heidegger se opone al  humanismo entendido como una elaboración metafísica que nos aleja del conocimiento del ser mismo. El humanismo de Heidegger también se encontraría en las antípodas del humanismo activo que, según Horkheimer "no puede existir como mera confesión de sí mismo».
 Según Heidegger, todo los seres menos el Dasein tienen existencia. Lo que el Dasein tiene es ek-sistencia: el ser humano no es ni deviene ser humano si no es desbordándose a sí mismo en cada momento. Nuestro ser es para Heidegger un poder ser, una cuestión de tiempo, un proceso que se inicia con el nacimiento y acaba con la muerte. Comenzamos a morir desde que nacemos y aspiramos muerte continuamente. En el abismo de cada mirada vemos a diario el sinsentido de la vida y ni el ofrecimiento de primicias a los dioses ni las libaciones cambiarán nuestro destino. Como Tetis nos seguimos preguntando como es posible que el mismo dios que deleitó su corazón haya asesinado a su hijo, por más que Platón se encolerice con los poetas que dicen tales cosas de los dioses y exija que no se le facilite un coro. Desde Homero se nos recuerda la fatalidad, pero pese a los golpes del dolor acabamos acostumbrándonos a la vida y decidimos ignorarla. Es en esa inútil huida donde se forman las sectas dementes y la existencia inauténtica del Dasein, ser para la muerte tan inmerso en las evasiones de la sociedad de masas y tan evaporado en la vida inmediata que solo piensa y hace lo que “se dice” y “se hace” (Man) en el mercado de la opinión pública. Sin más estímulo que el comercio nos obcecamos desenfrenadamente en consumar la función que nos han asignado, despreciando que, “a fin de cuentas, solo queda la muerte” (Michel Houellebecq) También Sartre cree que tendemos a contar nuestra vida más que a vivirla, priorizando ese relato a la propia vivencia. Kavafis lo dice de forma poética: “No hallarás otra tierra ni otro mar...la vida que aquí perdiste / la has destruido en toda la tierra”. De una forma o de otra, hasta aquí podríamos estar de acuerdo casi todos: la vida es una broma de mal gusto, pero no hay nada más urgente que la necesidad de vivir. Para Karel Kosìk, a la gente se le priva de lo esencial; Bauman opina que la muerte identifica la verdad con el absurdo; Byung-Chul Han escribe que el capitalismo aleja el pánico a la muerte mediante la ilusión de un incesante proceso de acumulación y según Camus, el hombre rebelde se forma en la contemplación de ese despeñadero. Adorno no prestó especial atención al tema de la muerte, pero entiende la estética no como mera o placentera contemplación, sino como estremecimiento que nos advierte de nuestra propia finitud.
 Para Gramsci, el tiempo es sinónimo de vida y la modernidad una forma de vivir sin ilusiones. Pero tanto él como el conjunto de la tradición marxista, interpretan la vida como una categoría social en lugar de existencial. Según ellos, es posible acabar con la tragedia vital de los individuos mediante un cambio en la sociedad. Por contra, para Heidegger no hay liberación posible porque la banalidad cotidiana no se debe a las condiciones de vida en la sociedad capitalista, sino a una ahistórica contradicción existencial de carácter “ontológico”, es decir, que forma parte de nuestro ser. De este modo, aunque desprovista de su contenido teológico, Heidegger retoma la filosofía de Kierkegaard, precursor del existencialismo individualista para el que la vida no tiene sentido, el ser humano es incognoscible y el arte es un ámbito exclusivamente irracional y subjetivo. De ser así las cosas sería inútil esforzarnos en construir una organización social racional.
La negación por parte de Heidegger de la superación de la angustia mediante la transformación de la sociedad presume una visión metafísica del ser puro en la que debíamos haber visto venir su posterior adhesión al nazismo. Heidegger no propone ni tan siquiera una ética. Su rechazo a la dialéctica y la facticidad condenan toda praxis a sucumbir frente a la alienación, es decir, frente al nihilismo y la evasión de una existencia absurda que él mismo aparenta criticar. Al igual que Marcuse, Heidegger también critica la imposición de la lógica tecnológica en todos los ámbitos de la vida, pero no lo hace en nombre del desarrollo humano, sino para someterlo a un sistema contrario a sus auténticos intereses y a lo que- en referencia velada a Heidegger- el autor de El hombre unidimensional llamó tecnocracia terrorista.  
El hombre tiende a contar su vida más que a vivirla. Lo ve todo a través de lo que cuenta, y pretende vivir su vida como si fuese una historia. Pero hemos de elegir entre vivir nuestra vida o contarla". Jean-Paul Sartre

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