jueves, 28 de marzo de 2024

La Náusea, Sartre (II)

El tema de fondo sobre el que se plantean todas las cuestiones de La Náusea es la existencia. Sartre está influido por Ser y tiempo, de Heidegger y le impresiona el hecho de que nuestro ser sea, en realidad, un poder ser. El ser humano no está determinado como el resto de los entes y eso  implica libertad, angustia e incertidumbre. Las dos últimas están aseguradas, pero no así la posibilidad de ejercer la primera porque ni la propia suerte es capaz de caminar a donde quiere. La existencia se le presenta a Roquentin cuando se sienta en el banco de un parque y observa la raíz de un castaño. Como El extranjero, de Camus había perdido la costumbre de interrogarse y fue entonces cuando tomó conciencia de la existencia no como esa palabra abstracta que utilizamos a diario sin asombro, sino como algo real. El uso cotidiano de las palabras ha ido alejando a Roquentin de su verdadero contenido hasta el extremo de olvidar lo que en esencia es una raíz. Antes había empleado la palabra raíz, pero de la misma manera que tenemos conocimientos que no se sustentan ni en la experiencia ni en hechos reales. Lo que ha ocurrido ahora es que al desvanecerse las palabras las cosas perdían su individualidad, su significación y sus modos de uso para presentarse desordenadas y fundidas bajo el barniz derretido con que las había cubierto el lenguaje. Roquentin ha descubierto la causa de su náusea a la vez que esa amorfa unidad del ser que se oculta tras la diversidad con la que clasificamos los entes con fines instrumentales. Cuando los existentes particulares se reintegran al absoluto unitario del que originalmente provienen es cuando revelan su contingencia y quedan libres de la razón de ser que le habíamos dado, es decir, regresan a un absurdo fundamental en el que cada cosa está de más para las otras.  Roquentin traslada la reflexión acerca de los entes naturales a su propia persona y constata que él mismo había vivido sin tener conciencia de su propia existencia y que, por tanto, también estaba de más. Sartre no encuentra motivos naturales ni teológicos que fundamenten la existencia, por lo que la angustia de Roquentin está justificada: la náusea es él mismo y existir es estar ahí, en una estación sin abrazos ni despedidas de la que parten trenes a ninguna parte como en la pintura de Paul Delvaux
 El Autodidacto acaba golpeado y expulsado de la biblioteca después de que lo sorprendieran ejerciendo la pederastia. Ya no se podrá volver a reunir con los libros que habían dado sentido a su vida y piensa: «¡Dios mío, si no lo hubiese hecho, si pudiera no haberlo hecho, si pudiera no ser cierto!». El infierno son los otros que nos observan  y lo mejor es mirar el mundo por el ojo de una cerradura. Roquentin es un solitario y parece que las cosas le pueden ir mejor gracias al tema de jazz titulado “Some of these days” que le suele acompañar. El disco se gasta y tanto la cantante como el compositor puede que estén muertos, pero la melodía sigue. Esta pervivencia le anima a escribir un libro sobre algún tema que estuviese por encima de la existencia, una historia que no pueda suceder y que avergonzara a la gente de su existencia. Una vez terminado el libro, “quizá pudiera recordar mi vida sin repugnancia,...y me diga: fue aquel día, aquella hora cuando comenzó todo .Y llegaré —en el pasado, sólo en el pasado— a aceptarme".
La filosofía y la praxis de Sartre se enfrentan a sus propios intereses de clase: "Nunca en mi vida he dado una orden sin reír, sin hacer reír", escribe en Las palabras.. Sartre también rechaza los bonetes y las puñetas de encaje a los que tenía derecho e incluso acaba abrazando el materialismo histórico que había rechazando cuando se hallaba en la cima de su gloria existencialista. Las películas lo embrujaron porque en el cine desaparecía la jerarquía social de los teatros. Es posible que ciertos excesos verbales de Sartre solo fuesen intentos por desmitificarse a sí mismo ante la sociedad y tomar distancia frente a la pose y el fingimiento de otros. Contra todo, Sartre es extremadamente exigente consigo mismo y sigue creyendo en las cosas como deben ser, de ahí que traslade las impolutas abstracciones metafísicas (cuerpo, ser, tiempo, música…) a la acción política. Que los libros de alguien que abominaba de los juegos de palabras y que se opuso a quienes estaban fundando el individualismo neoliberal con significantes supuestamente antiautoritarios se vendiesen como rosquillas nos da la medida de cuanto han cambiado los tiempos.

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