martes, 23 de abril de 2024

Mitos

 En El caminante, Herman Hesse hace un apasionado llamamiento a los lectores para que evitemos la tentación de idealizar a los poetas y artistas en general. Según Hesse, al soldado que ellos representan con pose heroica le estaban temblando las entrañas tanto como a cualquiera de nosotros. Es así como Hesse nos recuerda que no somos sabios, iluminados, ni griegos armoniosos, que la contradicción mueve el mundo y que nuestra vida es, como dijo Henning Mankell, una frágil rama que se mece sobre un abismo. "¡Acéptalo todo, no te aflijas por nada!...¡Dios mío, qué siniestro y fanfarrón es el hombre, sobre todo el artista, sobre todo el poeta, sobre todo yo!". Tampoco el propio Bach fue en su vida personal ese dechado de virtudes inventado por cierta mitología a partir de su extraordinaria obra. Mucho menos Goethe o Marco Aurelio, emperador cuyas frases manipuladas y fuera de contexto causan furor en las redes sociales. 
 Toda idealización está al servicio del poder y uno de sus símbolos actuales es el creativo. El creativo es el héroe cultural de lo que M. Sandel llama triunfalismo de mercado, ideología que en su opinión habría decaído con la crisis financiera, si bien la realidad confirma que nada nuevo ha ocupado su lugar y todo sigue en venta. El creativo se mantiene como el ejemplo a seguir porque solo de él florecen las ideas que impulsan la innovación de todo...menos de la precarización laboral. A este respecto, Oli Mould ha señalado la contradicción que existe entre el modelo individualista y los constantes llamamientos a la implicación en el trabajo en equipo. 
 La actual mitologización no se debe a un déficit de la razón como ocurría en el pasado, sino al uso fraudulento de la misma. Siempre ha sido más fácil identificarse con una imagen o corear una consigna que desarrollarlas, pero la actual tecnocracia y la cultura audiovisual han espesado la función simbólica del mito hasta hacer que la forma se imponga al contenido, ya se trate de cuidar más el aspecto físico que la formación cultural o de revestir las viejas teorías de la economía política con esa retórica progresista de la que Obama fue uno de sus profetas. Guy Debord caracterizó La sociedad del espectáculo como “la declinación de ser en tener, y de tener en simplemente parecer”. El torrente de imágenes impiden el pensamiento del espectador que no quiera “perder los hechos que pasan rápidos ante su mirada” (Dialéctica de la Ilustración). En este sentido, Byung Chul Han escribe que “las imágenes están construidas hoy de tal manera que no es posible cerrar los ojos”. Ya en el siglo XVIII, William Hazlitt se refería a la simpleza y la vanidad que hace que todo deba ser superficial para impresionar de inmediato y para que cualquiera lo pueda repetir. En nuestros días, esta carrera por las apariencias se ha convertido en la razón de ser para muchos: la máscara y el disfraz se han impuesto. La incertidumbre por decreto ha ocupado el lugar del anterior horizonte de verdad y de emancipación porque ni la una ni la otra se someten al imperativo de la rentabilidad. La propia racionalidad de la que tanto se habla es en realidad la racionalidad burguesa, desvinculada de los problemas sociales. El capitalismo se presenta como algo que surge de forma espontánea en cualquier sociedad. De él solo vemos los centros comerciales, es decir, su fase de intercambio, entendida como punto de encuentro entre individuos iguales, libres, racionales e informados. La unidad de positivismo y meritocracia legitima la injusticia social en la medida en que resulta de un mercado aparentemente neutral que determina la selección social en función del precio justo de cada persona. La posibilidades reales de competir y de elegir o la existencia de bienes que no se ajusten a él son temas marginales, pero Michael Young va más lejos en su crítica. Según el, la “igualdad de oportunidades” alabada por Tony Blair no solo era falsa, sino también indeseable en la medida en que justificaba la meritocracia, término que el propio Young había acuñado con un sentido opuesto, es decir, como critica a una ideología que estaba sirviendo para reducir la conflictividad social pese al aumento de las diferencias retributivas en beneficio de los talentosos.

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