martes, 23 de abril de 2024

El artesano intelectual no pretencioso

 Cuando Nietzsche decía que la vida sin música sería un error se estaba refiriendo al arte y la cultura en general. Para que esta afirmación tenga sentido debe tratarse de un arte y una cultura que no se reduzcan al ornato y a la mera adquisición de conocimiento. Forma y contenido son inseparables, pero este debe prevalecer frente al formalismo. Tampoco sirve un sentimiento que no trasciende del yo aislado (Machado) como hacían algunos simbolistas. Según Marcuse, todo lo que socialmente “cuenta como utopía, la fantasía, y la rebelión en el mundo de los hechos se permite en el arte. Allí, la cultura afirmativa ha desplegado las verdades olvidadas sobre las que triunfa el realismo”. Nuestro deber es el mismo que el de la filosofía: concretar en el mundo esa “ilusión que pone ante la vista otra realidad” (Marcuse), de la misma manera que el marxismo aspira a realizar los ideales burgueses.
  Rosa Luxemburgo lleva razón doblemente cuando afirma que quien no reciba aliento vital de la lectura de Tolstoi, tampoco lo va a recibir de comentario alguno. En primer lugar porque el arte habla por sí mismo: la música debe ser escuchada, los cuadros vistos y los libros leídos. En segundo lugar, porque como escribe Adorno a partir de la "verdad no intencional" propuesta por Benjamin, ni el propio artista tiene la "obligación de entender su propia obra”. Tampoco basta con acceder a los bienes culturales, sino que es necesario reflexionar sobre sus propuestas, de ahí que Juan de Mairena animase a sus alumnos a soltar los complejos intelectuales y artísticos: “A vosotros no os importe pensar lo que habéis leído ochenta veces y oído quinientas, porque no es lo mismo pensar que haber leído”. Debemos interpretar la obra de arte por nosotros mismos e incluso enriquecerla con la misma espontaneidad con la que cantan y hacen música los componentes del Trío d'amateurs, pintado por Daumier, pero no siempre es fácil quitarle a la historia la peluca que le ponen ciertos inspirados y especialistas del entendimiento.
 En La estética de la resistencia, Peter Weiss narra las distintas apreciaciones que expertos y obreros hacen del Altar de Pérgamo: mientras que los primeros destacan la armonía, los segundos reconocen el sufrimiento que expresan sus protagonistas. Dar excesiva importancia en materia artística a la palabra de los expertos y jueces propietarios exclusivos de la llanura de Alétheia en detrimento de nuestra propia experiencia limita la percepción del arte en beneficio de interpretaciones discutibles. Este es el caso del cuadro Palas y el centauro, de Botticelli, obra de la que los expertos hacen interpretaciones tan diferentes como el triunfo de la cultura frente a la barbarie, la derrota de la carnalidad ante la castidad o la más prosaica exaltación de las virtudes políticas de Lorenzo de Medici. El pragmático mercado de artículos de lujo oculto tras la retórica pseudo estética del arte contemporáneo a cuya palabrería, falta de sentido crítico e incluso de mediación teórica nos hemos terminado acostumbrando no es más que otra forma de encantamiento del mundo. Es razonable que ante semejante panorama Charles Wright Mills nos pidiera en su Imaginación sociológica que buscásemos “la rehabilitación del artesano intelectual no pretencioso”. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario