martes, 23 de abril de 2024

La dialéctica que la música mantiene con el lenguaje denotativo la hace muy vulnerable a las enfermedades ideológicas. Dos de los casos mas conocidos son las partituras de Dimitri Shostakovich y Sergéi Prokófiev, artistas soviéticos de los que casi todo lo que damos por cierto es falso, no porque las siniestras autoridades de la antigua URSS hayan ocultado la verdad, sino porque nos hemos tragado toda la propaganda anticomunista que se sirvió durante la ya lejana Guerra Fría , en lugar de escuchar en sus obras lo paradójico que hay en la felicidad y la fragancia que de esta queda en la tristeza. A estas alturas todo el mundo sabe que las supuestas memorias de Shostakovich publicadas por Volvkov son falsas, pero todavía se siguen difundiendo sin rubor en libros y emisoras públicas de radio. No nos vendría mal prestar atención a su extraordinario cuarteto n.º 8 Op. 110, obra compuesta en 1960 y cuya dedicatoria no podía ser más elocuente: “A la memoria de las víctimas del fascismo y de la guerra”. Tampoco la Cantata para el veinte aniversario de la revolución de octubre, de Prokofiev fue una obra compuesta al dictado, sobre todo si tenemos en cuenta la mala acogida que tuvo entre las autoridades estalinistas que la acusaron de confundir las palabras de Marx y Engels con una música incomprensible. Pese a lo esfuerzos de Prokofiev, la cantata solo se pudo interpretar en 1966, casi treinta años después de su composición y diecisiete después del fallecimiento del compositor y de Stalin. Susan Neiman detecta esta persistencia de residuos de la Guerra Fría en la propia izquierda que ahora prefiere llamarse “progresista”.

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