lunes, 22 de abril de 2024

Que el otro se disguste aora que no tú después y sin remedio

Gracias a los libros dejamos de limitarnos a ser modernos (Chesterton) en el sentido de creer que casi todo lo que se nos presenta como rabiosamente actual no había sido dicho antes. No quiero decir que haya que leerlo todo por orden cronológico o alfabético como hace el Autodidacto en la biblioteca de Bouville (La Náusea, Sartre) ni que cualquier cosa que salga de la imprenta sea buena. Uno de los experimentos bibliográficos más chuscos fueron los llamados libros de autoayuda, género que había iniciado Samuel Smiles a mediados del siglo XIX y que ciertos oficiantes del capitalismo desregularizado recuperaron para ayudarnos a interiorizar la ideología neoliberal. Se promovían agrupaciones de individuos alternativas a la clase social mediante una retórica psicologista empeñada en devolvernos la ilusión de forma tan desalentadora como prometían algunos de sus títulos (Como dejar de pensar demasiado). Se despreciaban los fundamentos sociales de la propia psicología e incluso los más atrevidos llegaban a considerar sus ocurrencias extravagantes como planteamientos filosóficos, ignorando que el individualismo que proponían se opone al pensamiento crítico y social propio de la filosofía. Es cierto que manipulaban ideas referidas al arte de ahorrarse disgustos que ya habían dicho Epicuro, Séneca, Don Quijote o Baltasar Gracián, pero sin comprender que los clásicos carecen de traducción literal a la mitología hollywoodense. De Gracián conviene retener el siguiente consejo: "En todo acontecimiento, siempre que se encontraren el hazer plazer a otro con el hazerse a sí pesar, es lición de conveniencia que vale más que el otro se disguste aora que no tú después y sin remedio".

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