miércoles, 10 de abril de 2024

Del Libro de Buen Amor a La Celestina


El Libro de Buen Amor (1330-43), del Arcipreste de Hita nos muestra una desenfadada visión de la sociedad española de su tiempo. Para ello recurre tanto a las tres culturas que coincidieron en la España bajomedieval como a ciertas remisiones creativas a la autoridad de los clásicos, concretamente al naturalismo aristotélico y a las teorías amatorias de Ovidio.  El resultado de todo ellos es una imagen  alegre y satírica de la vida popular similar a la que ofrecían la literatura goliardesca o las escenas mundanas que dos siglos más tarde pintará Brueghel. Este carácter jocoso del Libro de Buen Amor contrasta con el espíritu sombrío de buena parte de la producción artística española durante el Renacimiento, precisamente cuando el humanismo y la secularización se abrían paso en Europa. La persecución de la herejía había sido constante desde el siglo XIII, sobre todo en el reino de Aragón, de ahí el carácter moralizante que el Arcipreste trata de imprimir a su libro, así como el desafortunado final de cualquier intento de amor carnal, modalidad amatoria tan alienante como la mística, pero menos duradera. Sin embargo, la ideología teológico-militar de la Reconquista,  la instauración de la Inquisición española en el siglo XV, los esfuerzos de Carlos V  por mantener el Sacro Imperio y la Contrarreforma limitaron el desarrollo del humanismo y condicionaron las cruciales transformaciones que estaban teniendo lugar en la económica y la sociedad como así lo expresa La Celestina, tragicomedia publicada en 1499 por Fernando de Rojas. Represión aparte, las imágenes y los eslóganes impresionan más que las palabras, sobre todo en una sociedad inculta, por lo que la traslación al arte de esta doctrina religiosa y escatológica ejerció una indiscutible función de adoctrinamiento a nivel popular. Menéndez Pelayo destacó la importante función educadora que los valores católicos y nacionales del teatro de Lope de Vega y Calderón tuvieron en la sociedad española, ideología que en su Historia de los heterodoxos españoles quiso revitalizar frente a las amenazas liberales que los ilustrados y afrancesados trataban de introducir en España.
  La Celestina es el libro más importante del Renacimiento en España. Se trata de una obra de difícil clasificación desde el punto de vista literario (drama, novela...) de la que tampoco se sabe si estaba pensada para ser leída en privado o en público, lectura en voz alta a cuya pervivencia contribuían el analfabetismo y el escaso desarrollo de la imprenta. Lo que en La Celestina está fuera de dudas es la caída de los valores morales tradicionales, el ascenso social de una burguesía mercantil mayoritariamente de origen judío y la disolución de los vínculos feudales tanto entre miembros de la nobleza como entre estos y sus sirvientes. El propio personaje que da título a la obra deja claro el poder que la vivienda y el dinero han alcanzado en la nueva cultura urbana cuando afirma que "A tuerto o a derecho, nuestra casa hasta el techo". Pero junto a estos signos de modernidad también se evidencia el control que la Inquisición ejerce sobre la sociedad, de ahí el trágico final al que se ven condenados los personajes, ya sea por su ambición o por sus excesos sexuales. 
 Es verdad que todos los países mantuvieron vínculos con la religión a lo largo del Renacimiento. Francia e Italia también fueron católicas, pero el auge de su burguesía y el desarrollo de la imprenta favorecieron la difusión no solo de nuevas ideas, sino también de formas musicales seculares como el madrigal. Como hemos visto, en España las cosas comenzaron de igual manera que en el conjunto de Europa, pero La Celestina muestra la peculiaridad de su evolución a comienzos del siglo XV, no solo por su contenido, sino también por su recepción por parte del poder social y religioso. No olvidemos que Fernando de Rojas era abogado y judío converso, es decir, formaba parte de una burguesía no especialmente bien vista por el clero y la nobleza tradicional que monopolizaba una producción literaria renacentista no siempre brillante. Este es el caso del Marqués de Santillana, combativo defensor de los privilegios aristocráticos cuyos textos, en verso o en prosa, no solo son anacrónicos, sino que desde el punto de vista estrictamente artístico quedan por debajo de La Celestina. Mejor valoración merece el paño recio de las célebres Coplas de Jorge Manrique, aunque ni su apología del viejo orden pueda considerarse humanista ni las virtudes que atribuye a Rodrigo Manrique sean verdaderas.
 Desde la publicación La Celestina en 1499 fueron muchos los que pidieron a la Inquisición que la censurase, entre ellos el filósofo, teólogo y economista Martín de Azpilcueta e incluso Luis Vives, humanista residente en Lovaina cuya opinión acerca del libro acabó siendo bastante ambigua. Sin embargo, por extraño que parezca, a lo largo del siglo XVI, la Inquisición no censuró la obra y cuando lo hizo en 1623 fue de forma limitada. Pese a todo, lo que en realidad evidencia el arraigo de una ideología retrógrada en los niveles altos de la sociedad española es su insistencia generación tras generación en que La Celestina fuera censurada en su integridad, objetivo que al fin lograron a las puertas del siglo XIX, no siendo hasta 1822 cuando la obra volvió a salir de la imprenta en su forma original. 

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