martes, 23 de abril de 2024

Ciencia sin seso, locura en exceso

 Todo lo que deberíamos tomarnos en serio se nos sigue presentando envuelto en brumas que solo los libros pueden disipar, pero la luz de la lectura no siempre es suficiente por sí sola para despejar las tinieblas interiores. Según Gracián, "ciencia sin seso, locura en exceso", entre otras cosas porque no es lo mismo erudición que educación. Borges proponer salvar la distancia que las separa mediante una Universidad que ofrezca “conversación, discusión, el arte del acuerdo y, lo que es acaso más importante, el arte del desacuerdo”. 
 Chesterton nos previene de ese mandarinazgo erudito que forman los bibliómanos, no quienes como Borges se rodean de libros porque aman el tiempo que se ha depositado en ellos o saben que entre sus páginas duermen Ismene, el cochero Yona, Pelagia y Maqroll el Gaviero: personajes más auténticos que muchas de las personas con las que nos relacionamos a diario. Los bibliómanos a los que acusa Chesterton, son aquellos que prefieren los libros a todo lo que se relata en ellos: estudian los relatos de acciones sinceras y magnánimas y no se avergüenzan de sus propias vidas taimadas y autocomplacientes. El propio Montaigne reconoce que hubo un tiempo en el que utilizaba los libros como utensilios con los que tapizarse. En España somos muy vulnerables a este mal, pero de nuestras baldías clases altas no cabía esperar ningún Montaigne. Nuestro escaso interés por los libros y la anacrónica censura que hasta la muerte de Franco siguió recayendo sobre ellos hizo de sus lectores seres enigmáticos. La ambigua burguesía española prefirió -y sigue prefiriendo- adornarse mediante condecoraciones o hacer negocios con la aristocracia en lugar de leer y escribir. Por no tener no hemos tenido ni un Monsieur Jourdain, grotesco y vanidoso, pero empeñado en aprender música y filosofía. 

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