martes, 30 de enero de 2024

“Ah, señor rapista, señor rapista, y cuán ciego es aquel que no ve por tela de cedazo” (Don Quijote de La Mancha).

 La "ejemplar" transición democrática impidió que en España se hiciese una "desfranquización" similar a la desnazificación alemana, ignorando que aquí la brutalidad está más arraigada que cualquier banalidad del mal. En su lugar se antepusiesen los intereses privados y las tribales reivindicaciones nacionalistas a un concepto republicano de ciudadanía -al margen de la forma que pudiese adoptar el Estado- que no es otra cosa que la igualdad de oportunidades y derechos entre los ciudadanos independientemente de la clase social o del territorio al que pertenezcan. Quienes medio siglo después tratan de retomar la cuestión republicana tampoco parecen abordarla desde esta perspectiva. La autodeterminación de los pueblos es importante, pero la autodeterminación de la clase trabajadora frente a quienes limitan su desarrollo va con retraso. La crisis del 2008 y la profundización en el desmantelamiento del Estado del bienestar dieron lugar a grupos de indignados supuestamente situados a la izquierda del PSOE; a unos nacionalismos que culpaban de todo a España y a la reaparición de una extrema derecha que hasta entonces subsistía en estado latente. De los primeros apenas si queda nada y si la transición fue urdida por las élites centrales, la eclosión del nacionalismo lo ha sido por las élites periféricas. Eel panorama es desolador: un nacionalismo identitario que comparte con el fascismo los baños rituales de la sangre y la tierra; regiones no nacionalistas que reaccionan postrándose ante el estado o acumulando emoticonos identitarios; una izquierda que defiende los privilegios de las comunidades autónomas ricas frente a la igualdad de todos los españoles; el sindicalismo corporativista; un electorado que prefiere militar a pensar; una clase trabajadora obsesionada por el consumo y la babieca derecha española que se niega a condenar la dictadura que se niega a condenar la dictadura rentabilizando la falsedad más brutal dispensada de cualquier justificación moral o intelectual. No solo Alemania e Italia asumieron su pasado, también la propia Francia juzgó y condenó a Pétain pese a la fama que este había alcanzado en Verdún. Igual cabe decir del resto de los países de Europa que de una forma o de otra colaboraron con el nazismo e incluso de la URSS con la figura de Stalin.
 Puede parecer extraño que al final se hayan impuesto dos mitologías aparentemente enfrentadas: la del franquismo y la de la Transición, pero si algo tienen en común todas las mitologías es su oposición a la razón, por eso ni olvido ni perdono.

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