Olvidar
el pasado de la clase social subordinada de la que venimos es, como
escribe Carlos Fuentes, “condenarnos al olvido de nosotros mismos.
La justicia que ellos reciban será inseparable de la que nos
rija
a nosotros mismos”. Olvidar
es el mayor fracaso y en
una sociedad de clases antagónicas, quien no actúa en función de
los intereses propios de su posición subordinada no ha tomado
conciencia de sí mismo.
Hemos acabado con los dioses celestiales, pero en su lugar adoramos a los terrenales. Asumimos las identidades que nos asigna la democracia capitalista y entregamos el poder político a quienes ya tienen el poder económico en lugar de utilizarlo como su contrapeso Aceptamos resignadamente tener que hipotecarnos cada vez más para disponer de una vivienda, los retrasos en la edad de jubilación o que debamos dedicar la mayor parte de nuestra vida a obedecer las órdenes de cualquier patrón para ir tirando. "Ofrecerles algo a éstos y privarles de ello es una y la misma cosa" (Dialéctica de la Ilustración). Sin embargo, el sacrificio que ello supone no se traduce en desprecio hacia el obsceno enriquecimiento de los famosos, sino hacia quienes viven de modestos subsidios. Romain Gary llama sociedad de provocación a la que hace exhibicionismo de su riqueza para promover el lujo entre aquellos a quienes niega los recursos para satisfacerlo. A estas democracias dirigidas en la que los medios de comunicación modelan las conciencias es a lo que Sheldon Wolin denomina “totalitarismo invertido".
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