lunes, 29 de enero de 2024

Lo “ilusorio del individuo en la industria cultural no se debe sólo a la estandarización de su modo de producción. La condición para tolerar al individuo es que su necesaria identidad sin reservas con lo universal esté fuera de toda duda. La pseudoindividualidad domina por doquier, desde la improvisación estandarizada en el jazz hasta la original personalidad cinematográfica, que, para ser reconocida como tal, se coloca un rizo delante del ojo.” Adorno y Horkheimer

Buena parte de nuestra extraña manera de interpretar y de recordar los acontecimientos viene determinada por la trama ideológica que nos envuelve adoctrinándonos en tres de los grandes pilares que sustentan el capitalismo: consumo, identificación entre libertad e individualismo y respeto a las desigualdades sociales como si se tratasen de algo justo o natural. En tales circunstancias solo es posible alcanzar placeres efímeros, pero nunca la felicidad porque la mayoría de las cosas que nos hacen felices solo se consiguen mediante el altruismo y la vieja búsqueda de la excelencia griega, es decir, a través de logros personales que no se compran en las tiendas (escribir un libro, cuidar un jardín...). Además, el propio concepto de individuo está tan amañado por el individualista comercio de la felicidad que nada tiene que ver con lo que es un “sujeto autónomo” y maduro intelectualmente, es decir, con ese libre desarrollo de cada uno que debería ser la condición del libre desarrollo de todos (Manifiesto Comunista).

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