martes, 30 de enero de 2024

Solo quienes no nos dejamos fascinar por el poder, y mucho menos por sus detentadores, decimos "no". J. L Aranguren acerca del referéndum sobre el Proyecto de Ley para la Reforma Política,

 El dividido conjunto de partidos que formaban la oposición democrática propuso la abstención en el referéndum sobre el Proyecto de Ley para la Reforma Política, pero casi el ochenta por ciento del electorado votó a favor. En realidad, una cosa era lo que decían en público estos partidos democráticos y otra lo que pensaban, entre otras cosas porque ni ellos ni el franquismo tenían un plan ni fuerza para imponerse. Ni los chanchullos de una Segunda Restauración con la que Fraga quería ejercer de Cánovas ni ruptura política. La transición fue un proceso controlado por el régimen, cuyos contenidos se concretaban e improvisaban día a día entre el empuje del sector menos despolitizado de la sociedad -especialmente hasta las elecciones de junio de 1977- y la voluntad de llegar a acuerdos demostrada por parte de la nueva y la vieja élite, no solo política, a fin de mantener sus privilegios o integrarse en las instituciones asumiendo la forma y el contenido deseado por la monarquía y bajo la supervisión del ejército. Prueba de todo ello es el mantenimiento de la posición y la influencia por parte de determinadas familias, el estrato social (renta, origen familiar, estudios, profesiones liberales...) de los parlamentarios que formaron parte de las primeras Cortes, así como las nuevas vías de acceso a la élite social que desde entonces se fueron abriendo (partidos, sindicatos…). Este contexto permitió que nuevos nombres procedentes del franquismo coaligados en la UCD se presentasen durante los primeros años como un avance democrático respecto a lo que había sido el Grupo Tácito; que el Rey acabara aceptando la legalización del PCE y que este reconociera la monarquía. Para bien o para mal, la mayoría de los electores había llegado a la conclusión de que España tenía que dejar de ser un régimen medieval (Maurice Duverger) como fuese y tanto el miedo como la resignación y un modesto acomodo al capitalismo postindustrial les convenció de que el ejército aplastaría la ruptura. Pocos podrían imaginar el fracaso que Suresnes y la humilde clase media española le depararía a la izquierda real cuarenta años después de haber perdido la guerra. Gil de Biedma fue de los pocos que en los años sesenta acertó en decir que el miedo y la esperanza estaban quedando abolidos.
 La sociedad española estaba muy atrasada y quienes movían los hilos de todo aquellos estaban en Los EEUU y en la Internacional Socialista, es decir, en Alemania. Si, España era un un pintoresco país de cupletistas, chistes insoportables, balduinos y fabiolas en el que con seguir tirando nos dábamos por satisfechos, pero la ignorancia se experimentaba como un mal que había que corregir y la libertad no se confundía con la ley del más fuerte ni con banalidades. Un tesoro de polvo y lágrimas bajo la tierra enlutada había hecho que la sociedad española preservase el discernimiento y la capacidad de ruborizarse. “Lástima que sean siempre los mejores propósitos, decía Juan de Mairena, aquellos que se malogran mientras progresan las ideas de los tontos”. Conservadurismo si, pero de la salud y no de la sarna. Esto es lo que venía a pedir este personaje machadiano que nunca existió. También Miguel Hernández, el hombre que representa a los españoles para los que el tranvía siempre llega completo, en especial al español desconocido y despreciado que en medio de tantos siglos de humillación no se detuvo ante el victimismo, rectificó y se educó. 

 No me preguntéis su nombre,
 que no habrá quien lo recuerde
 ... 
 que cuando quiso mirar
 atrás con sus ojos negros
 no vio sino soledad, soledad, 
noche y silencio.

   Vicente Aleixandre

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