Desde hace décadas se viene repitiendo que el progreso tecnológico contrasta con el estancamiento moral, pero se ignora el retroceso en cuestiones emancipadoras. La intelligentsia ya no se enfrenta al orden social, sino que lo justifica, lo que unido a la creciente integración de la clase trabajadora reduce las posibilidades dialécticas de la no identidad a una dimensión formal, nunca sustancial. La frustración fatalista que supone aceptar que no hay futuro es el tema central de novelas como El proceso o El castillo, de Kafka; sin embargo, sus primeros indicios aparecen ya con el triunfo mismo de los ideales ilustrados tal y como podemos leer en Rojo y Negro, de Stendhal
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